viernes, 30 de septiembre de 2011

China

QUINDAO

DALIAN

HONG KONG.

HONG KONG. Porque esta ciudad se merece más de una foto.

Vietnam

NHA TRANG. El gran Buda.

NHA TRANG. Este señor me llevó a recorrer el lugar.

PHY MY. Una plantación de arroz.

Tailandia

KO SAMUI

BANGKOK

PATTAYA
Pattaya. Foto de mi amigo Patricio.

El sureño

(La prometida historia de cómo encontré la yerba).

Como ya conté, mi desesperación por tomar mate no encontraba barreras. Bajé a Vancouver con mi laptop con la única intención de escribir una pregunta en google: "Dónde comprar yerba mate en Vancouver". Chris tomaba su té a mi lado sin entender qué tan importante era el mate para mí. "Imaginate tres meses sin tomar té", le dije.

Google tiró varias soluciones y seleccioné sólo una: una tienda llamada El sureño. Copié la dirección y tuve que volver al barco. Hasta el siguiente mes no tuve la oportunidad de bajar en Vancouver por una cantidad de tiempo suficiente como para ir y volver a El sureño. Así que cuando ese Vancouver llegó, corrí afuera del puerto, me subí al primer taxi que ví y le dí la dirección de la tienda.

El conductor era sikh. Yo, en mi ignorancia, le pregunté si era musulmán. Él, con su paciencia, me explicó de qué iba y venía su religión. Un gran señor, muy amable. Cuando ya llevaba unas buenas 15 fichas, se me ocurrió que la dirección de El sureño que había leído en el artículo de internet era del año 2006. En lugar de El sureño podía encontrarme con cualquier otro tipo de comercio. Sin yerba. "Entonces, ¿a dónde vamos?", me preguntó el conductor sikh. "Tal vez volvemos al puerto", le dije. "Ah, no se preocupe, paramos y vemos. Yo la espero".

Y me esperó. Incluso hasta suspendió el fichero.

El sureño aún estaba allí. Entré casi corriendo como si quisiera atrapar el momento. No hizo falta que mirara demasiado: en el primer pasillo, al fondo, NOBLEZA GAUCHA. Mi carrera, entonces, no tuvo nada que ver con el momento. ¿Qué me importaba cuál yerba mientras fuera para el mate? Un segundo después le estaba dando un chupón a un paquete de yerba Canaria serena.

Llegué a la registradora casi en llanto oliendo el paquete de yerba. Atrás del mostrador me sorprendió encontrarme con una familia de hindúes (supongo, por el sello rojo de las mujeres entre las cejas). "Ah, usted toma eso", me dijo la mujer. ¡! entonces, me mostró todas las bombillas y mate que tenían a la venta, en caso de que yo quisiera uno nuevo. En realidad necesitaba uno nuevo porque no tenía ninguno viejo.

La única bombilla sin la bandera argentina y el único mate en el que el dibujo del gaucho no tenía la misma bandera. Eso fue lo que compré. Y de la alegría que tenía hasta les regalé 1000 pesos coreanos.

martes, 20 de septiembre de 2011

El mate y Mariela

Iba bien. Tres meses sin mate y ni sentía la abstinencia. Hasta que vi una foto. El mate ni siquiera era el protagonista de la foto, sino que nada más estaba en una esquina sin marcar presencia. Sin embargo, mató. Mi día continuó con sólo un pensamiento, con el recuerdo de un solo sabor. Traté de explicarle a mi amigo inglés qué era: una especie de té fuerte. Y él, con toda su buena voluntad, me llevó de cafetería en cafetería por todo Gastown (Vancouver) para ver si en alguno de esos lugares encontraba mate. ¿Tratar de explicarle lo que era? fue un fracaso.

Otra vez al trabajo. Me tocó una nueva posición de emergencia. Lugar nuevo, caras nuevas, como la de la mujer blanca y rubia que tenía parada adelante. Siguiendo mi tradición nada discreta de leer nombre y país de origen en la etiqueta del uniforme, leí un "Argentina" que casi me arranca lágrimas: era la primera argentina que conocía en el otro lado del mundo y a esa altura la única otra uruguaya ya no estaba.

Le vi la cara. Supe el momento justo en el que leyó "Uruguay", comparé las emociones que coincidieron en encanto. ¿Qué importan los bloqueos de los puentes o que nos roben a Gardel en la otra parte del mundo? ¡Más que un amigo, un hermano! Abrazo va, palmadas vienen. "¡Sos de Uruguay!", me dijo, "¿Tenés mate?". Me quitó la pregunta de la boca.

No. Ni ella ni yo. No había mate.

-x-x-x-

Treinta dólares americanos me costó ir y volver del puerto a un supermercado que se llamaba "El sureño" y era atendido por una familia de indios (de la India), pero volví al barco triunfante con un paquete de yerba Canarias, una bombilla que (supuestamente) era de aluminio y un mate. La bombilla y el mate no fueron difíciles de elegir: nada más quería todo aquello que NO tuviera la bandera argentina. Cuando se lo dije a Mariela, con toda sinceridad, ella respondió: "qué basura". Nada más me reí.

Cómo encontré ese supermercado es una historia aparte.