jueves, 27 de octubre de 2011

Vikingos

Me preguntó qué quería ver y enseguida respondí: "Vikingos".

Fuimos de una torre romana, a una columna, a una ruta, a un fuerte. Todo romano. Pero de los vikingos ni fotos.

miércoles, 26 de octubre de 2011

domingo, 16 de octubre de 2011

Nuevos amigos en el viejo continente

- Catalina, ¿sos de uruguay?
- Sí.
- ¿Conocés al Cuarteto de nos?

Miré a Viktor y luego a este ser andrógino que aún no estaba fumando. Sí, claro que conozco al cuarteto, pero, ¿cómo los conocés vos?

Mark tuvo un amigo uruguayo en el secundario. Desde entonces sigue al Cuarteto de Nos por internet y tiene todas sus canciones en el ipod. Incluso puso Ya no sé qué hacer conmigo para que me sintiera como en casa.

sábado, 15 de octubre de 2011

Road trip a España

Holanda-Bélgica-Francia-España.

En el mundo del cine, una película que trata sobre un road trip (y me animo de generalizar todos los viajes) trata de un personaje que intenta escapar de su realidad, por lo que el viaje físico representa, en realidad, un viaje interno. Buenos ejemplos son Thelma y Louis o En busca de mi destino.

¿De qué realidad pretendíamos escapar nosotros? Viktor de los exámenes, Elsemiek de su dieta de sopa y batidos de leche descremada, Rutger de su jefe. ¿Y yo?

Desde que llegué a Holanda hablan sobre el viaje a España como si se tratara de algún preludio del paraíso (una vez que llegué entendí por qué, la verdad es que se ha de parecer bastante, al menos espero que tenga esta vista).

El primer desvío del camino fue en Amberes. En lugar de tomar la ruta a Brucelas tomamos la ruta a Brujas y para corregir el error, hubo que ir al centro histórico de Amberes. Mientras Elsemiek largaba palabras mal sonadas en holandés a diestro y siniestro, yo disfrutaba de la vista.

En el camino discutieron, mitad inglés mitad holandés, si ir era mejor ir por Paris o por Luxemburgo. Decidieron Luxemburgo. Pero de alguna forma que ni Rutger conoce, él nos llevó Paris. Más discuciones sobre por qué no preguntó. A mí no me importaba, yo leía cada cartel que decía "París" y lo saboreaba como si fuera el más dulce de los chocolates dentro de mi boca. 250, 170, 120, 25 kilómetros. "Los franceses aman Paris, vas a ver que cuando dejemos Paris atrás vas a seguir leyendo en los carteles. Te dicen qué tan lejos estás". Por supuesto que cuando dejamos la ciudad seguí buscando en cada cartel, quería seguir leyendo Paris. "Tal vez hasta puedas ver la Torre Eiffel", me dijo Viktor. "Cruzá los dedos porque no se si vuelvo". ¡Y la vi! Ahora no sé cómo hacer para no volver.

También paseamos por la campiña del sur de francia a las cuatro de la mañana. Viktor no tiene idea de qué pasó: en un momento ibamos en la ruta hacia Barcelona, en la siguiente estábamos en medio de una villa. Luego de otra, luego de otra. Mientras ellos buscaban en el mapa (porque el aparatito divino que tiene el auto que te dice hasta a cuántos metros estás del garaje de tu casa -en todos los idiomas que se te ocurran- no sirivió de nada en el sur de Francia a las cuatro de la mañana), yo trataba de no dormirme y mirar las casitas, la callecitas, las rotonditas. Todo tamaño petit.

En España Elsemiek puede tomar una de las tres comidas con nosotros (lo que quiere decir, no sopa), la alarma de Rutger no va a sonar tan temprano, Viktor no se trajo ni un cuaderno. ¿Y yo?

Lo bueno de las películas es que en dos horas se resuelven. El personaje encuentra lo que buscaba y se acaba el argumento. La vida real, generalmente, dura más de dos horas. Y cuando un argumento se termina, entonces surge otro. Es lo interesante de la vida. Pero es, también, lo que va a seguir haciendo que tomemos road trips a lugares ajenos a uno.

sábado, 8 de octubre de 2011

Del sur

"Ahora estás en Europa, pero qué continente que tenés", me dijo Ewoud Van Leeuwn.

O Toto de León, como lo bautizamos en Urguay.

Ellos tienen iglesias y ruinas de castillos. Nosotros tenemos selva, bosques naturales, desierto y glaciares. Nosotros exportamos la palabra "siesta" y restaurantes que se llaman "El rancho" o "El gaucho" y debajo dicen "parrillada argentina" como marca diferencial.

Ewoud tiene razón: qué continente que tengo.

¿Qué hago en el viejo?

Estilo latino


Ese día bajamos al laboratorio sólo 4 personas, la mitad del equipo. Una tailandesa, un indonesio, un mexicano y yo. Los filipinos (o sea, la mitad del equipo que se quedó sacando fotos en el deck) decidieron quedarse. Para ellos, funciona así: uno decide, los otros acatan. Como decía Rifki, "son como salmones, van en manada". ¿Cómo es el estilo latino? preguntó Rifki. Metés la pata y te cubro la espalda. Al menos así funcionaba para nosotros.

El mexicano, el portugués y la uruguaya. Antes sólo eramos el chileno y la uruguaya. Cuando Patricio (el chileno) se fue, entonces supe lo que era ese tipo de soledad.

Antes de que el mexicano llegara, subíamos al deck a sacar fotos. Alguien preguntó quién era el reemplazo que llegaba el sábado y la respuesta fue "un mexicano". Yo no entré en mí de la emoción. Después de tantos meses, al fin volvía a hablar español. "Es ilegal hablar español", me dijo con poco cariño mi novio, "sólo en área de pasajeros", le respondí. Ya nada me quitaba del buen ánimo. Venía un latino. "Ah, mexicano", se quejó la tailandesa, "son todos haraganes". A eso lo sentí como insulto personal. "No son haraganes. Es el estilo latino: trabajamos poco, por eso vivimos más". Afirmación mía que no tiene todo de falso, pero tampoco de verdadero.

Así que el nuevo mexicano ya era mi amigo desde antes de que llegara. Y cuando lo hizo, si de primeras impresiones se llevaran todas las personas, entonces él nunca más me hubiera vuelto a hablar por loca: corrí con mi chaleco salvavidas y mi gorro amarillo a mi primera posición de emergencia. Era el primer día del crucero, el drill es obligatorio. Él iba a estar un piso debajo de mí. Llegué a la otra punta del barco, abrí la puerta de fuego y corrí escaleras abajo. "Hola, ¿Sos Walter?". El pobre infeliz levantó la vista y dudó antes de decir que sí.

viernes, 7 de octubre de 2011

Glaciares

Grandes personas.

En medio del verano, así es el parque Glacier Bay.

Antes de que comience el verano... esto es la primavera en Alaska.

domingo, 2 de octubre de 2011

De aeropuertos

Tres pequeñas experiencias que hacen que me pregunte ¿por qué me gustan los aeropuertos? y que me responda "no sé", pero no dejan de gustarme.

1. Miami
Más horas de espera que de vuelo. Menos años que el peso del bolso de mano. Y mi espalda contracturada por el (ya mencionado) bolso de mano. Lo que menos quería era seguir caminando para ver qué bonito era el aeropuerto. Quería llegar a la puerta H que quedaba del otro lado del mundo, tirar mi bolso y darle un par de patadas. Eso pasa cuando una saca tantas fotos y las imprime. De los errores se aprende.

Nueve horas después de llegar sólo tenía un pancho en mi estómago, muchas (muchas, muchas) ganas de ir al baño (pero con tal de no seguir acarreando con el bolso, me las bancaba) y aún menos hojas en mi agenda. Ese día escribí como nunca.

2. Buenos Aires
No hace falta irse al otro lado del mundo para dejar el pasaporte en un sillón. Cuando me di cuenta de que no estaba (no sólo el pasaporte, sino también y por suerte, el bording pass, de otra forma, no me habría dado cuenta), dejé el bolso de mano en la silla en la que estaba y corrí a buscar mi pasaporte.

No era ni chica ni tarada. El sueño parece ser la excusa. O tal vez es que era chica y tarada.

3. Vancouver
En realidad, sobre Vancouver no tengo nada malo para decir. Por el contrario, es por experiencias como esta que me aferro más al bolso que tiene mi pasaporte. Es que en el aeropuerto todo el mundo parece o tener todo el tiempo del mundo, o correr contra reloj. Sin puntos medios, cada cual va concentrado en su universo. Entonces nosotros desembarcamos en Vancouver y diferentes taxis nos llevaron del puerto al aeropuerto.

Kathleen, que nunca fue mi amiga y como compañeras de trabajo no éramos la gran cosa, tomaba un vuelo a Hong Kong, igual que G y Jenny. Ella viajaba a Australia, los otros dos a Sudáfrica. Jo se iba primero a Los Angeles, después a Nueva Zelanda. Había un pelado del que nunca supe el nombre que también se iba a Sudáfrica. Y yo viajaba a Toronto primero, a Santiago de Chile después y por último llegaba a Uruguay. Lo mío era un viaje a la derecha del mapa y después derecho hacia el sur. Como conclución, todos cruzábamos el mundo pero algunos de este a oeste y otros de norte a sur.

Nos encontramos de casualidad, donde los vuelos nacionales e internacionales se mezclan. "¿Ya despachaste el equipaje". Yo sí. Ellos no. Tenían todas sus valijas, bolsos de manos y carteras alrededor de los sillones de starbucks, quienes fueron lo suficientemente amables como para no echarnos y dejarnos dormir allí.

La verdad es que la fiesta de despedida duró hasta muy tarde. Después tocó terminar de armar las valijas y entre idas y vueltas (por ejemplo, perdí mi tarjeta del banco y la volví a encontrar), ya era hora de abandonar el barco. Pusimos una alarma y todos cerramos los ojos. Las valijas, bolsos de mano y carteras quedaron allí, alrededor de seis personas dormidas o semi dormidas, hablando de la noche de Mikonos.

Nada desapareció.

(Al volver a los vuelos nacionales, mi amigo Adam se compraba un agua. Él es de Hungría. Entramos juntos. Era, para los dos, el primer contrato. Ese primer día, yo estaba demasiado extasiada, él mostraba su entusiasmo del este de Europa. Le tuve que preguntar tres veces hasta entender que con su acento más que cerrado me decía "Adam". Sin embargo, una vez que pude entender su acento y varias noches de bar pasaron, los dos llegamos a ser amigos. La despedida habían sido palabras de borrachos mal pronunciadas. Ese encuentro en el aeropuerto era necesario para que los dos pudiéramos decirnos adiós como personas adultas y (algo) responsables.

-x-x-x-

De ir para atrás y adelante en Singapur, de la vez que le pregunté a la azafata "¿por qué se mueve tanto el avión?" cuando ni siquiera estaba la señal de ponerse el cinto prendida, también de cuando me acosté a dormir en la mesada de seguridad en Bolivia y del sello ruso en mi pasaporte, todo eso, será después.



(Con pequeñas historias como esta, ¿Quién quiere sentarse en un escritorio y aburrirse ocho horas por día?)