sábado, 24 de marzo de 2012

Quemar kilómetros


En verano me fui de campamento. Es el rito anual y se cumple mejor cuando no vamos a un camping. Este año no sé como qué califica porque la suegra de mi hermano se lleva desde la jarra eléctrica hasta el sommier inflable. Diez carpas ba
jo la lluvia. Chivitos, gramajo, tortas fritas y dos libros baratos. Mis hermanos cerca.

Pero para llegar a eso cruzamos el país de oeste a este en un motor home que no daba más de 70 km/h con una beba que durmió toda la noche con su madre y conversaciones sobre el ruido del motor (y las vibraciones por la velocidad) sobre cortometrajes a realizar y fotografías que tomamos.

Salimos de casa pasadas las diez de la noche y de lo único que h
ablamos hasta casi llegar a Montevideo era de la milanesa al pan gigante que nos íbamos a comprar en el parador del km. 60 (y algo). Pero al querer sacar plata, el cajero se comió la tarjeta. Y cuando encontramos un carrito, ya no le quedaban milanesas. Entonces, cuando buscamos un estacionamiento para pasar la noche, pensamos en amanecer con el sol y no en que todos los boliches quedaban cerca.

Los tres párrafos anteriores son una mera introducció
n a lo que pasó al día siguiente: salíamos en una reversa mal dormida y algo friolenta por la mañana del sal a comprar bizcochos. "A mí lo que me interesa es quemar kilómetros. Estar en un lugar me aburre". "Entonces", me dijo, "tenés que buscar algo que te permita hacerlo".



Así que acá voy. A perseguir el horizonte.