jueves, 5 de diciembre de 2013

Personas en el corazón: Luquitas

Una vez cada tanto uno tiene la suerte de conocer a una persona que se convertirá en un punto clave de la vida, en uno de esos amigos del alma. Yo he tenido suerte varias veces. He conocido personas de todo el mundo que me han sostenido, me han escuchado llorar, decir malas palabras, me han visto con grandes ojeras, con muchas cervezas y también con sonrisas, con buenas noticias, con disfraces. Afirmo que los he visto en las mismas circunstancias.

Cuento entre ese grupo de amigos a una gran persona de Indonesia y a uno de la India, que me enseñó a presentarme en hindi, aunque no es su idioma oficial. También tengo una gran amiga de Australia con la que tenemos doce horas de diferencia por lo que ella me dice buenos días y yo respondo buenas noches. A los mejores consejos de hermana mayor me los dio una fotógrafa (ex modelo) macedonia. Aunque la lista sigue, tengo que admitir que las personas con las que conecto mejor, con las que se crea una relación de alma, esas son las que, igual que yo, son latinas.

Podría pasarme hojas enteras escribiendo sobre cada una de estas personas que ha hecho mi vida especial, sin embargo, esta es una ocasión especial en la que les quiero contar sobre Luquitas.

A Lucas lo conocí gracias a que otro amigo argentino me dijo que a veces se juntaban en la sala de recreaciones a tomar mate, que si quería ir, que fuera. Así que lo hice y al llegar este muchacho con cara de dormido, campera de nailon y las manos en los bolsillos estaba sentado con el termo y el mate frente a sus ojos semi cerrados. Como por aquella época no tenía mucha vergüenza les dije sin rodeos: "Soy Catalina, vengo a tomar mate". Y luego, tan simple como eso, nos hicimos amigos.

Lucas es, sobre todas las cosas, una gran persona. Muy seguro de sí mismo, él arranca y dale que va, sin mucha vergüenza en la que refugiarse, supo hacerse mala fama. También es un gran cebador de mate y un mejor cocinero. Hace no tanto, además, tuvo su primera aparición en tv, en un programa de cocina y la única razón por la que no consiguió un contrato permanente es porque no me hizo caso: no salió al aire vistiendo sólo el delantal.

Además, también es un excelente fotógrafo, detalle por lo que le tengo un poco de envidia (¿quién puede cocinar tan bien y sacar fotos también?). Y, el día de hoy emprende un nuevo viaje, una nueva aventura. Personalmente, no puedo creer que voy a estar en un barco sin él, sin su novia y sin las empanadas que él cocina. Pero le deseo el mejor de los contratos, como siempre.

Un beso amigo, ya nos volveremos a ver.



Arriba: Thais, Ricardo, yo.
Abajo: Tami, Lucas.
Fiesta de despedida de los cinco el contrato pasado.

Olden, Noruega. Aires puros y mate.
De iz. a der: yo, Lucas, Lauri y Claudio

Esta foto en el Coliseo fue sacada por el amigo que nos presentó:
Claudio.


jueves, 28 de noviembre de 2013

Regreso al origen

Imaginación

A los 18 años tuve mi primera oportunidad de armar mis valijas e irme lejos y sola por primera vez. Por sola me refiero justamente a eso: dejé mi país, mis amigos, mi familia, mi idioma, mi cultura. Dejé hasta las clases de guitarra. Llegué a la nieve y al clima frío de Michigan, a un secundario de película donde cada cual tenía su auto, la vida social era la de los deportes, las porristas no eran como las mostraban en las historias y pude hacerme de nuevos amigos.

En aquellos meses de invierno, más de una vez la nieve nos encerró en casa y la sensación de mirar afuera era espantosa, acostumbrada al colorido invierno uruguayo, ver gris de norte a sur cada vez que asomaba la nariz a la ventana, eso era triste. De uno de esos días en casa es que sale mi historia. De pensar en qué se siente cuando alguien se separa de quien ama, de donde debe estar. ¿Qué sucede cuando se vuelve? Esa fue la pregunta que unió la trama.

Encontrar la respuesta a esa pregunta me ha llevado varios años, casi diez. Le he dado varios rodeos a la historia, la he llevado para atrás y para adelante, la he abandonado, odiado y luego ha retornado todo mi amor.

Preguntas correctas o respuestas incorrectas

Supongo que me llevó tanto tiempo porque en lugar de preguntarme ¿Qué sucede cuando se vuelve? Tendría que haberme preguntado ¿Por qué uno se va? Y para esa pregunta sí que no tengo respuesta, aún no, al menos, aunque me voy todo el tiempo.

Habrá tantas respuestas como personas, me gusta creer. Pero mi historia es la de dos personas en particulares, que se van y que deben volver.

Mi historia comenzó como un guión cinematográfico incluso antes de que supiera escribir un guión, por lo que tenía una estructura de teatro (que no sabía escribir pero sí leer por haber estado actuando los dos años anteriores), eran un montón de escenas con poca conexión donde contaba y explicaba todo lo que mis personajes hacían, al mejor estilo de:

MARISA
¿Qué vamos a hacer esta tarde?

BELÉN
¿Vamos a la playa?

MARISA
¡Sí, vamos!

Entonces, iban a la playa.

En aquellos primeros meses, cuando escribí la historia a mano y luego la pasé a la computadora, estaba tan enamorada de esos personajes como de lo que había dejado en Uruguay. Entonces, al entrar a facultad, mi primera intención era aprender a escribir guiones para corregir el formato (por cierto, elegí a la universidad a la que fui porque si bien quería hacer periodismo, era la única uni que me dejaba elegir otras materias... al final no hice tanto de periodismo como a mi madre le hubiera gustado).

Al entender el formato agarré la historia tal cual estaba y la pasé a Cournier New 12 y bla, bla, bla.


De mañas y manías

Había algo en esa trama que no me gustaba, que, en realidad, nunca me había gustado, era como una de esas mañas que tiene nuestro novio que tratamos de pasar por arriba pero no podemos.

Traté de cambiar esa maña de arriba para abajo y de un costado al otro, pero más allá de recibir pocos cariños por mi parte, recibí insultos por aquellos a quienes pedía ayuda. Supongo que es lo que pasa cuando una tiene una historia de drogadictos y pide ayuda a numerarios del opus dei. Pero por aquel momento le tenía demasiado respeto a esas personas, entonces me enfoqué en crear otras en lugar de reponer la que ya tenía.

Siempre se vuelve al origen, estoy segura. Al menos así es conmigo. Y cuando me di cuenta de que no estaba escribiendo, cuando quise retarme a dar el paso grande y escribir una novela, entonces no hubo otra opción más que volver al origen. Lo que incluye, solucionar esa maña.

Frente a la hoja en blanco: el miedo último

A esa decisión le siguieron siete meses de planear, re planear, eliminar escenas, enojarme y enamorarme de la maña. Luego llegó lo inevitable: sentarme a escribir. ¡Vaya si eso fue complicado! Nunca pensé que después de pasar toda la vida con ganas de escribir, cuando finalmente tenía una meta, eso fuera lo que más me costara. Tampoco pasé esos siete meses sentada frente a un escritorio ni en una oficina con vista al río, con la novela como único objetivo. Ojalá, pero no. Fueron seis meses de intenso trabajo, siete días a la semana, durante seis meses, ni un día libre, ni siquiera por enfermedad. Eran los ratos libres los que tenía para escribir, cuando me peleaba conmigo misma porque no decidía si quería dormir siesta o escribir. Hasta me anoté a un curso online para poder crear un hábito de escritura otra vez. Y funcionó, porque terminé de reescribir mi historia, y esta vez en formato novela, antes de que termine el curso. ¡Punto para mí! Incluso terminé la primera corrección antes que el curso.

Escribir es reescribir

Supongo, por un sentido perfeccionista que tengo y por una probable dislexia que también tengo, nunca voy a terminar de corregirla. Pero de momento tengo 250 páginas llenas de la historia de Marisa y Tomás, de sus encuentros y desencuentros. De los motivos por los que se fueron y las razones por las que volvieron. Me enamoro de mi historia cada vez que la leo, lo que también es un poco peligroso, supongo, pero si debo rescatar algo de mi profesor de guión en la universidad es que siempre me impulsaba a confiar en mi historia. Esta vez confío.

A la pregunta: editorial o auto publicación aún no la he podido responder. Tengo los ojos rojos tras leer y ver tutoriales en youtube que recomiendan una cosa o la otra. También tengo voces de personas "que saben" que dicen: "mandá a concursos". Cuando termine de corregir, me digo, e inmediatamente otra vez en mi cabeza dice: eso nunca va a pasar. Así que espero a que el momento correcto llegue; mientras, corrijo, releo, y vuelvo a conocer a esos personajes que se presentaron en mi cabeza por primera vez hace tantos años.

Esta foto es de 2008, cuando recibí mis primeras críticas
a mi forma de escribir y estructura: caótica.
A. Zumfelde solía ser un crítico duro, pero a veces, cuando veía
una luz de esperanza, escribía: "No se desanime el autor, 
creemos que si persiste logrará la victoria" y en aquellos años
debía repetírmelo a mí misma.


martes, 26 de noviembre de 2013

Cita




"Viajar es una escuela de humildad; nos lleva a tocar con la mano los límites de nuestra comprensión, la precariedad de los esquemas y los instrumentos con los que una persona o una cultura presumen comprender o juzgar a otra"
Claudio Magris. El infinito viajar.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Viajar sola

Ayer encontré un post que escribí hace poco más de dos años, de la primera vez que fui a Bélgica (y se encuentra aquí). Al leerlo me acordé del momento como si hubiera ocurrido ayer. Estaba sentada en un bus con esta niña brasilera que había llegado a un lugar al que nunca había imaginado y estaba aprendiendo a hablar un idioma que consideraba obsoleto; trataba de cambiar todos sus planes futuros para que ese año de vida no fuera inútil ni quedara olvidado y luchaba contra sus costumbres al vivir con una familia que la consideraba inferior. "¿Vos comés sánguches de jamón y queso?", me preguntó con en entrecejo fruncido. Noté que al escuchar mi respuesta los músculos de su rostro se tranquilizaron: por supuesto que sí, le dije. "Porque no entienden que quiera poner jamón y queso, ellos sólo ponen uno de los dos". Traté de explicarle que era la magia de irse de intercambio. En el mío pasé tres meses viviendo en una casa con siete gatos, dos peces, un perro y un caballo (al menos el caballo no entraba a la casa), un zoológico con pelos de animal por todas partes.

Mujeres que viajan solas

En ese bus me preguntó por qué viajaba sola. Bueno, le dije, siempre quise viajar y en ese momento tenía el tiempo y el dinero mientras que mis amigos seguían en trabajo, universidad o no tenían interés en viajar como yo. No voy a dejar de viajar porque lo tenga que hacer sola, no voy a dejar de realizar un sueño porque nadie me apoye, esa era la base de mi pensamiento cuando compré mis pasajes a Amsterdam y luego todos los demás.

En Amberes, Bélgica
La verdad es que prefiero estar sola antes que mal acompañada. Y a lo largo de mi vida he sabido encontrarme muy mal acompañada como para estar segura que apoyo mi propia moción.

De autos vs. hermosos atardeceres


Suelo ir a ritmos diferentes, tampoco soy muy paciente y además, soy bastante brusca para juzgar a las personas o tengo química o no, situación que sucede en el primer encuentro. Más importante aún, me gusta estar sola. Me gustan cosas que se hacen en soledad (leer, escribir, mirar por la ventana de los trenes) y me gusta hacer esas cosas en abundancia. Cuando le dije a mi medio hermano que ver el atardecer en Andalucía por la ventana del tren fue uno de los mejores paisajes de mi euroviaje y que le recomendaba hacer un viaje así en tren, él se rió y mirando a la persona del costado dijo que seguro que renunciaba a la comodidad del auto por un atardecer. Pocas veces en la vida estuve más convencida de que había tomado la decisión correcta de viajar sola.

En Holanda. Los suecos-pantuflas y los molinos es lo que más
me gusta de este país tan moderno.
Londres: mind the (giant) gap (between me and the city of London)

A Londres llegué con 50 libras en el bolsillo. Costó llegar porque perdimos el vuelo y tuvimos que pagar por un barco (razón por la cual me quedé sin capital), y aunque mi compañero de viaje y yo teníamos toda la intención de caminar, conversar y vivir Londres, terminamos en el bar del edificio más alto de la city tomando vino blanco. Las cosas no siempre salen como uno planea. También recuerdo que nunca me sentí más fuera de lugar como en ese bar.


Tristeza

La niña brasilera me dijo que viajar sola le parece triste. Media hora después me contó que estaba planeando un euroviaje. Me pregunto qué habrá sido de ese euroviaje si sus nuevas amistades belgas no querían/podían ir con ella. ¿Habrá salido sola o habrá renunciado a ese sueño para no quedarse sola?

Considero que tristeza es aferrarse a personas que no nos hacen felices. Es renunciar a un sueño con tal de seguir en la burbuja que conocemos. Creo que sería muy triste haberme quedado en Uruguay con tiempo y dinero por el simple motivo de no tener con quién viajar.

Conocí a personas increíbles de todas partes del mundo, como aquella argentina con la que caminé por todo Roma, o la española, de Málaga, que llamaba "Cariño" a todo el mundo. También conocí a una francesa (en Bratislava) que consideraba que los hombres uruguayos eran los más hermosos del mundo, y así la lista sigue.



Conclusión

Viajar sola no sólo me acercó a mí misma, sino que me obligó a conectarme con mis ideas y sentimientos. No tenía escape, debía estar conmigo y cada vez que me peleaba, debía amigarme. Nunca me voy a arrepentir de salir sola, de alejarme de mi zona de confort, de conocer nuevas personas, de adentrarme en otras culturas. No. Y espero, de todo corazón, que esa niña brasilera haya aprendido a quererse más allá de toda cuestión y que haya realizado los viajes que soñaba, sola o acompañada. 





martes, 19 de noviembre de 2013

¿Qué hay al final del mundo?

NordKapp, Noruega.
He tenido el gusto de llegar al fin del mundo en dos ocasiones diferentes. La primera vez fue en Cabo Norte, en Noruega: el punto norte máximo de Europa. Llegué con dos amigos, Claudio y Laura, sin saber realmente qué esperar del fin del mundo, después de todo, sabemos desde que estamos en la escuela que el mundo es redondo (esa era la teoría de Colón, ¿verdad?).

No sé qué esperaba ver, pero no fue lo que vi. Mucho menos lo que sentí. Al llegar al límite del mundo, al borde del barranco donde se termina la tierra y comienza el océano Ártico, me sentí pequeña. Entendí, mejor que nunca, la expresión un grano de arena en el desierto, es que justamente de esa forma me sentía: insignificante.

Cabo Norte se siente como el fin del mundo. Como que ya no hay nada más después de la tierra, como si los monstruos marinos existieran y estuvieran al acecho.

Al llegar al fin del mundo por el norte, uno encuentra un marcador con los colores del arcoíris que indica latitud y longitud, una escultura del mundo, una de una madre con un pequeño hijo, y ocho medallones con creaciones que ocho niños de diferentes partes del mundo hicieron en un experimento de comunicación más allá del idioma. También hay una tienda de regalos donde uno encuentra varios trolles y la sensación completa y absoluta de que llegamos al final.

En Cabo de Roca, en cambio, mis sensaciones fueron completamente diferentes. En lugar de presenciar el fin, me vi cerca del inicio, comprendí por qué Colón estaba tan seguro de que la tierra era redonda, después de todo, es como se ve el horizonte desde esa altura del planeta: curvo.

Por supuesto que no puedo ser neutral en este asunto ya que gracias a que personas vieron esperanza y nuevas oportunidades de ese Cabo es que hoy los uruguayos somos lo que somos, en realidad, todas las personas que habitan los continentes Americanos son lo que son.

Cabo da Roca. Portugal. No es de extrañar que al final de su
 continente los europeos consideren que se termina el mundo.
Al final del mundo por el oeste, entonces, hay una placa que nos ubica justo donde estamos: al final del mundo, un faro, una cruz y un gran barranco. Todo eso, iluminado por el atardecer de otoño presentaba el más completo y romántico panorama que he visto.

En la inmensidad del océano que se presentaba frente a mí vi, a la distancia, pequeñas luces de barcos que se acercaban o alejaban de la costa y sentí esa emoción que sólo me representan los barcos, la emoción de que se acercan aventuras.





Ricardo mirando hacia el continente.


Cabo da Roca con una iluminación un tanto apocalíptica. Pero hermosa.



Con uno de mis amigos nórdicos en Cabo Norte.



El pequeño punto negro con los brazos estirados soy yo:
una pequeña nada en la inmensidad de nuestro planeta.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Miles de ojos esperando la llegada

Malta es una pequeña isla, un punto en el mapa que a no ser por su posición geográfica, que la acerca a todos los que supieron ser grandes imperios, sería insignificante. Pero gracias a estar donde está, a esta isla nunca la dejaron tranquila.

Su capital, La Valeta, se fundó gracias a las Cruzadas: era a donde se llevaban a los caballeros heridos para su recuperación. Fue parte de muchas naciones, tanto que el idioma maltés es una mezcla de inglés, árabe, quién-sabe-qué-más; luego de pasar por diferentes religiones, se definió la católica, por lo que para demostrar esa decisión, colocaron una virgen o un santo en un pedestal en cada esquina.

Siempre fue una isla de guerra, desde la época de las cruzadas hasta la Guerra fría, Malta estuvo involucrada en este o aquel conflicto y no puedo dejar de pensar en eso mientras me acerco a la isla. A lo lejos, desde el mar, se ve un punto color ocre. El barco se acerca, despacio, esperando al piloto y en la entrada a La Valeta, todos los edificios de piedra de ese color tan particular se me antojan a miles de ojos observando cada movimiento de los barcos que se acercan y se alejan del fuerte, las ventanas son agujeros negros que contrastan con el color ocre que reina en la sila. Y mientras más nos acercamos, más observada me sentía.

La Valeta siempre me resultó horriblemente calurosa. Al estar al sur de Italia, tan cerca de Africa, bueno, todo Malta es calurosa, pero más allá de la temperatura ambiente, ese color anaranjado que cubre la ciudad y las calles pequeñas, embotan el aire y hacen que uno se siente preso de la falta de brisa. Por suerte para nosotros, llegamos a otro lugar, donde reinaban los colores y el aire del mar se colaba por todos los callejones.

Cruzamos media isla al sur para llegar a un puerto pesquero donde los botes estaban todos pintados de colores llamativos, donde los edificios eran más blancos que ocres y la costa estaba vestida de cafés. Hermoso paisaje para olvidarse de todos los ojos que me observaron por la mañana.

Malta resultó ser una sorpresa pues esperaba el bochorno de las calles pequeñas de La Valeta, sin embargo, cambió por completo mi visión de la isla. Sí que es una joya del mediterráneo.


Pueden leer el artículo sobre Malta que escribí para la revista Seisgrados de Uruguay pinchando aquí.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Tantas tachas en el calendario

Así que nos cambiamos de empresa. R me llamó a una hora ridícula en la mañana que para él, con cuatro horas más por estar justo donde pasa el meridiano, estaba ansioso por hablar. "¿Qué decís, cambiamos?", "y bueno, probamos". Entre preguntas y pocas respuestas decidimos trucar seis meses de visitar el Canal del Panamá por un itinerario que parecía mucho más interesante: dar la vuelta al mundo.

Dejamos de lado ser los únicos civiles capaces de caminar por el canal, el bochorno de Panamá, los dos mil pasajeros que se nos tirarían encima en Miami, el Caribe (que no me gusta para nada, como ya he dicho). También decidimos hacernos a un lado con los amigos que podíamos encontrarnos en el barco, igual que sucedió la vez anterior, los privilegios de los fotógrafos y... ¡venga! ¡que nos vamos a dar la vuelta al mundo!

Me propuse varias cosas: despertarme en las mañanas con el primer ring del despertador (y he fracasado cada vez), ir al gimnasio (ídem), comer sano (en esto ando mejor) y escribir. Por supuesto que he fracasado en escribir para el blog, como queda muy claro. Pero he estado escribiendo mucho. Tanto que hasta me sorprende que trabaje todos los días de la semana durante (casi) seis meses. Tanto que parece que tengo tiempo. Es que las ideas me vuelven a la cabeza, me vuelan. Es como cuando antes de ir a la universidad, antes de llenarme de reglas y de la manera correcta de escribir. Me siento como cuando no tenía idea de cómo pero lo hacía porque al hacerlo me sentía bien. Supongo que así debe de ser porque, bueno, cuando tenía las reglas frescas en mi mente, era como que sólo había lugar para eso: simetría, no va coma entre sujeto y predicado, cuidá las faltas de ortografía (¡que nadie se entere que sos disléxica!), pero entre tantas preocupaciones y cosas para prestar la atención, no había más lugar para crear.

A ver qué pasa ahora. Comprobemos si soy los suficientemente madura como para enfrentar la técnica y la emoción.

Y mientras escribo estaré cruzando de Europa a América, de América a Asia, de Asia a África y de África a Europa.

(¡Todavía no me lo creo!)


sábado, 28 de septiembre de 2013

Maletas prontas, listas... ya!

Este es el último sábado del 2013 que voy a estar en Uruguay.

¿Qué raro suena eso?

Sin embargo, no tendría por qué. Hace casi tres años que trabajo en itinerantes, yendo y viniendo, pasando noches en aeropuertos y días en puertos. Pero. Siempre he estado en casa para las fiestas. El aniversario de casado de mis padres. Ese tipo de cosas. Por este año, se acabó.

A cambio: nuevas aventuras.

Lugares desconocidos por descubrir, es lo que más me gusta. Es que aún miro el mapamundi y no puedo creer que haya lugares tan increíbles. Se me hace agua la boca al nombrar lugares (Sudáfrica, Tokyo, Balio, es como si mi lengua se llenara de azúcar), y, a la vez, una sensación de que nunca voy a estar satisfecha, de que al conocer un poquito, voy a querer otro poco más. Esa vieja sensación de que nunca nada me va a saciar. De que puedo caminar por calles antiguas y visitar edificios modernos, pero siempre va a haber otra ruta, otro pueblo, otras personas por conocer, por recorrer.

A ver a donde vamos a parar. No voy sola. Así que el panorama se presenta diferente. Y voy a trabajar de vestido. A ver cómo no enredo el taco en el ruedo.

viernes, 13 de septiembre de 2013

San Petersburgo, La Grande

San Petersburgo, Rusia.

Es una ciudad hermosa, me decían. La noche es muy loca, también escuché. Durante meses antes de llegar a Rusia personas de todo el mundo daban testimonios de cómo habían sido robados por la policía rusa, o cómo de impresionantes son los palacios e iglesias de esa ciudad.

Mi primera impresión fue: es grande.


 Va más allá de que sea una megalópolis con calles que llevan y traen a diestro y siniestro, con las iglesias ortodoxas llenas de colores, de formas redondas. Tiene que ver con que en el centro de San Petersburgo, a muchas cuadras a la redonda de la avenida Nevski Prospekt, no vi una casa. Sí mansiones pero más que nada edificios. Bloques y bloques rectangulares llenos de puertas y ventanas. Veredas angostas, calles de la misma forma que desembocan en avenidas descomunales, en mares de personas que pasan sin mirar al costado. Es grande. La ciudad que Rusia nos presenta se aleja por completo del pantano que supo ser hasta que Pedro, El Grande, mandó a construir una ciudad-puerto a semejanza de Ámsterdam y Venecia.

En mi primer día en la Gran San Petersburgo sólo fui capaz de caminar. Calles, parques, esquinas y catedrales. Perdida en el mapa, dejándome llevar por un amigo de macedonia que, supuestamente, sabía dónde estábamos. Él al menos entendía el alfabeto cirílico y esa costumbre de poca sonrisa que se veía por los cafés rusos.



La Iglesia del Salvador de la Sangre Derramada siempre me pareció una torta con merengues de colores. Las iglesias en general tienden a gustarme y cuanto más viejas, mejor. Sin embargo, con esta en particular, la energía que ejerció sobre mí (que no soy un ser religioso) se convirtió en horas de estar frente a ella, en rodearla y visitarla, en pasar a mostrar mis respetos cada vez que fue posible durante mi estadía en la ciudad.

Es mucho más que una iglesia: es un monumento en honor al Zar Alejandro II que fue asesinado en el lugar justo donde se levanta este carnaval ortodoxo, tan colorido y con tanta significancia a la historia rusa.
La noche es loca, me dijeron. Y si no lo hubiera vivido, nunca lo habría creído. Llegamos a la puerta de un club (que está al lado del McDonalds familiar cerca de Nevski Prospekt); el portero del boliche acepta que mi amigo, J., (hombre) pase, pero a mí me levanta una mano y con una sonrisa algo tímida me dice: “Es un club de caballeros”. “Ya sé”, le respondo y mi amigo, que saltó en mi defensa dijo: “tiene la mente abierta”. Abierta nada, la verdad es que no tenía idea de dónde me estaba metiendo. Pero al pasar por una segunda puerta me enteré, varias mujeres bailando mediodesnudas, colgándose de cuerdas que caían del techo. Alrededor sólo hombres. Y yo. Que me pedí una cerveza, ya que no tenía nada para mirar. Obvio que volví a casa sola. Cerca de las cuatro de la mañana J. me saca de la cama aporreando mi puerta para asegurarme de que llegó bien. No le pedí que me avisara, pero se sintió bajo la responsabilidad de hacerlo después de haberse subido a un taxi civil (lo que significa que son personas locales con auto que se ofrecen para llevar a turistas, generalmente durante la noche), que lo paseó por las calles rusas porque no sabía bien a dónde tenía que ir, que le ofreció cocaína y que al recibir la negativa de mi amigo se mandó una línea solito– estacionando el auto en el medio de la calle –y que fue arrestado a varias cuadras de donde nos quedábamos.

Hacer un crucero nocturno por el río Nevá lo marcaría como paseo obligatorio. Especialmente si se visita Rusia durante el verano y se tiene la oportunidad de ver días eternos. Las noches blancas, como le llaman a ese fenómeno de luz de sol continua, es un espectáculo en sí mismo, pero si a esto lo acompañamos con un lento viaje por el río para ver el cambio de colores (por la luz) en los edificios… entonces es una experiencia completa.

Al bajarnos del crucero comenzamos a caminar por la avenida Nevski, casi desierta a esa hora. Parte de la noche loca de San Petersburgo, detalle que las personas que me hablaban de la ciudad seguro se olvidaron de mencionar, es que los puentes de la megalópolis se levantan a ciertas horas de la noche y separan la ciudad. Pero tuvimos la buena suerte (porque todo mal momento en un viaje se convierte en aventura) de que conseguimos uno de estos taxis civiles que no sabía a dónde llevarnos y en lugar de al puerto de cruceros nos llevó al puerto de carga.

San Petersburgo sabe de iglesias y palacios. De uno de los museos más completos del mundo, como es el Hermitage, donde se conservan piezas desde la época de Pedro, El Grande. De joyas y fiestas reales, también como tragedia, hambre y frío. San Petersburgo es testigo e invita a sus visitantes a conocer ambas caras de la historia rusa. La que nos encanta con bailes de zares y la que nos golpea con olas de frío.


Vista desde el Palacio de Peterhof, donde los Zares Pedro, El Grande y Catalina, La Grande, solían vivir.


Fuente de estatuas doradas que da la bienvenida al palacio de Peterhof.


lunes, 26 de agosto de 2013

miércoles, 17 de julio de 2013

Cruzar fronteras

Hoy de mañana estaba en mi cabina, la misma que me perteneció durante los últimos seis meses de mi vida. Donde escribí, lloré, me enamoré, me emborraché y me desperté incontables veces para ir a trabajar.

Anoche, mis compañeros de trabajo me homenajearon con una cadena de llaveros hechos por ellos mismos donde de un lado veo la foto de cada uno de esos compañeros que me apoyaron en ocasiones y me hicieron la vida imposible en otros momentos. Al otro lado del llaverito tengo una dedicatoria, algo que ellos quieren que yo conserve. Me encantan esos regalos, hacen que me olvide todas las molestias y sólo recuerde los momentos buenos, aquellas noches de bar y días de puerto, almuerzos y cenas, no las horas interminables de trabajo ni las madrugadas frías con la cámara al cuello.

Tuve la gran suerte de compartir tantos meses con buenos amigos. De conocer nuevas personas increíbles que formarán parte de mi vida para siempre, pero también de fortalecer amistades anteriores. Héctor, que cada vez que voy a su restaurante me regala frutillas y queso de cabra; Alex, que es de Macedonia y le gusta decirle a todo el mundo que soy su novia, cuando él es gay; las dos servias rubias que supieron ser hostess en los restaurantes donde yo sacaba fotos... el contrato pasado y este. La lista sigue.

"Es muy raro", me dijo Ben, él con su cerveza, yo probando ron de mango con jugo de manzana, "en poco tiempo haces amistades fuertes que duran".

(Recomiendo el Ron de mango con cualquier cosa, igual solo. Pero es una bebeida peligrosa porque parece que sólo es jugolín. No lo es).

Generalmente soy la única uruguaya del barco. Tuve suerte en mi primer contrato de tener a una paisana, pero en los siguientes siempre tuve que agarrarme de lo que estuviera más cerca. Y ese cerca siempre resultó ser Argentina. No sólo eso, sino que en ambas ocasiones fueron los mismos argentinos. Hermanos del alma que cocinaban empanadas y dulce de leche, que me cebaban mate y no me criticaban cuando decía "boludo".

Ahora ya no hay barco. Después de atravesar el aeropuerto de Copenhague con una brasilera y dos mexicanos, me bajé en Madrid, me vine a esperar a que pasaran las horas hasta mi siguiente destino: Lisboa.

De ahora en más no más trabajos, no más targets ni budgets, nada de números. La cámara cerca pero sólo por diversión, a contar las horas pero para el siguiente lugar. Una nueva aventura comienza hoy. Durante las siguientes tres semanas, un auto, un portugués y yo.

jueves, 20 de junio de 2013

Berlin: a correr

¿Cuánto tiempo pueden pasar dos personas en una ciudad como Berlín, sin teléfono ni internet, separadas y sin punto en común, en encontrarse?

Llegué a Berlín en tren recién pasadas las once de la mañana. El plan (el único y tonto plan) era conectarme a internet para comunicarme con un amigo, encontrarme con él en el hotel donde estaba (que no sabía cuál era ni qué dirección tenía) y recorrer la capital alemana juntos.

Alemania tiene los únicos McDonalds del mundo sin Wifi. Las cafeterías tampoco tienen wifi y por supuesto, los hoteles cerca de la estación de tren no me iban a pasar la contraseña a menos que pagara una noche. Ya que no había opciones con el McDonalds pregunté por un Starbucks, pero quedaba a un par de estaciones de metro de distancia.

Ok, sobre Berlín conozco algunas cosas, pero no sé dónde quedan. Dos cosas sobre Berlín que se pueden leer en el link que coloco en este artículo: está lleno de alemanes y en Alemania se habla alemán. Yo no hablo alemán, ni siquiera sé decir cómo me llamo en alemán, aún más: en la pequeña lista de lenguas que me gustaría aprender, el alemán ni siquiera figura. Sé que sería más útil hablar ese idioma que italiano, porque al menos se habla en más de un país, pero tengo toda la intención del mundo de volver a Italia tan pronto como pueda y cada vez que pueda, mientras que puedo vivir otros 26 años sin pisar Alemania (ni Suiza ni la parte alemana de Bélgica…). Así que sin mapa, con cero sentido de la orientación, sin idea de dónde encontrar a mi amigo ni entender los carteles en la calle, pregunté a cuanta persona encontré si había un cyber café cerca.

“Veo que no respondes”, decía el mensaje que mi amigo me dejó en facebook. Eh…. No respondo porque no estoy en el chat, pensé. “Voy a Check point Charlie”.

Fue explotando el inglés a más no dar con los muchachos que encontré en el subterráneo que pude tomar el tren correcto y llegar a check point Charlie sólo no encontrar a la maraña de rulos que es mi amigo.

Y, como ya dije, el McDonalds del frente, tampoco tenía internet.
Suerte que Starbucks no abandona. “Estoy en Check Point Charlie, me voy a las puertas de Brandemburgo”. No pensaba seguirlo por todo Berlín, cazando señales de internet donde pudiera. No. O era en Check Point Charlie o lo saludaba por chat.
Más abajo había otro mensaje: “Nos vemos en el McDonalds frente a Charlie a las 13.10”.

5 minutos. A correr. 

domingo, 19 de mayo de 2013

Snaps en una isla de piratas: Domínica

Domínica no es República Dominicana. Es una isla mucho más pequeña que no comparte terreno con Hití. Es una isla amigable, de playas lejanas y personas dispuestas a mostrar lugares. Es mi isla del caribe (de las que llegué a ver) favorita. Aquí les dejo algunas fotos para iluminar el panorama. 

Bar que se gloría de tener el mejor ron del Caribe. Si es cierto o no, la verdad que no lo puedo decir porque cada vez que entré pedí cerveza.

Puesto callejero donde venden jugo de frutas naturales. Dulces y fríos: son deliciosos.

Chicas locales muy simpáticas. Trataban de robarme la cartera e invitarme a sus casas al mismo tiempo. La que está en el centro es estudiante de Administración y no le gusta.

La biblioteca de Ruseau, la capital de Domínica, queda en un acantilado con vista a la bahía. Esta chica salió del colegio y se sentó a estudiar en uno de los bancos en el jardín de la biblioteca (que tiene wi fi gratis).

sábado, 11 de mayo de 2013

De viaje por ahí


En aquellos días en los que mi vida consistía en escribir noche y día (alguna más noches que días, en realidad), cuando me dejaba llevar por la imaginación, sin reglas fijas ni horarios estrictos, cuando mi dieta básica consistía en café y por las noches escuchaba a Nora Jones y Frank Sinatra para poder terminar el siguiente trabajo. Mi hermano me miraba por la ventana de su habitación, como interactuaba conmigo misma, hablaba y me reía sola. En aquellos años de universidad donde todo parecía posible pero, a la vez, muy lejano, pasaba mis ratos libres de invierno, entre palabra y palabra, cuando la cabeza ya no quería dejarse llevar más, paseando por mapas.

Soñaba con tierras lejanas. Con personas desconocidas. Con lugares escondidos. En el fondo de mi cabeza sonaba la voz de montones: salí de tu burbuja, ya te vas a enfrentar a la vida real, dejá de soñar. Suerte que nunca les hice caso.

Pues, ahora, que mi vida consiste en personas desconocidas y tierras lejanas, pero consigo poco sueño, me compro un pasaje a Lisboa y comienzo a planear mis vacaciones. Noto que mi mente se está volviendo bastante planificada, tal vez por trabajar en una multinacional estadounidense, pero sea la razón que sea, esas vacaciones en mi cabeza ya estaban planeadas: Lisboa, Roma, Grecia. Grecia, Grecia, Grecia y cantarle versos a todos los dioses.
Mi compañero de viaje, el que habita en Lisboa, no quiere tener nada que ver con Italia. Tampoco entiende esa obsesión que tengo con Grecia: es propaganda de los estados para decir que la democracia es lo mejor. ¿Y a mí qué?  Nada que ver con los dioses ni las playas. Ni la comida, ni los burros.

Llegado un momento, Grecia era una posibilidad pero de Italia ni hablar. Cansada de argumentar, pero decidida a hacer de esas vacaciones una realidad, propuse abrir el mapa.
Allí estaba, entonces, viajando otra vez por Google Maps. Con la mitad de los pasajes comprados, visualizando la realidad, tan cerca que casi lo toco con la mano. Así, como siempre soñé que sería.

martes, 7 de mayo de 2013

Los colores del Caribe


El mundo es un lugar maravilloso. Cada calle, recoveco, cada cultura y persona, cada paso que damos esconde una historia, un secreto. Descubrir detalles, encontrar clichés, recorrer películas y libros. Viajar da vida, crea historias y alimenta nuevos sueños. Conocer, dejarse llevar por la curiosidad, no dejar de caminar por más cansados que estemos.

Hay tantos lugares increíbles en los que me imaginé transitando, dejándome influir por la cultura, animándome a probar algo que considerara exótico. Sin embargo, nunca me imaginé en un all inclusive del Caribe. Ni siquiera en una playa del Caribe. Nada que tuviera que ver con la tierra de piratas. Tal vez porque me crié a una cuadra de la playa (aunque es sea tan injusto comparar el río con ese mar), o porque vaya uno a saber el motivo. Pero el mar Caribe no estaba en mis prioridades.

Suerte que la vida no deja de sorprenderme.

Cuando llegó me enamoró. Me atrapó con mariposas en la panza y me llenó de ilusiones. Y tan rápido como eso sucedió, también me aburrió. Como todo amorío sin fundamento. Es que hay lugares que son para uno, esos a los que se puede volver año tras año y seguir sintiendo como propio, sorpresa y encanto; para mí el Caribe representa algo contrario. Diversión, playa y saltar con lianas entre los árboles.

En Santa Lucía salimos del puerto para poder pelear el precio del taxi. Regatear no se me da bien, así que lo dejé e manos de mis compañeros de viaje que por diferencias culturales o años de visitar esas islas están acostumbrados a decir que no y pretender que se van. En el segundo intento, después de tener a tantos conductores como había en el puerto siguiendo nuestros pasos y gritando precios como si se tratara de una buena subasta, este conductor dijo que tenía Marley. No se refería a Bob, pero subimos igual y nos dejamos llevar a la playa por este hombre que no dejó de ofrecernos droga durante todo el viaje. De fondo sonaba “don’t worry,mabout a thing, ‘cause every little thing, it’s gonna be alright”, frase que Carly, una de las integrantes del grupo terminó tatuándose en el pie derecho en honor a su abuelo fallecido.

Ivan era el que conocía esta playa, alejada del puerto, con poco espacio, colmada de personas y con tantos cocales como era posible tolerar. Cada pocos minutos llega un nuevo local ofreciendo un servicio: juegos acuáticos, comida, bebidas, tensas para el pelo o caravanas. Las personas caribeñas que conocí (no quiero generalizar) son lo que en Uruguay llamaríamos sinvergüenzas: llegan y se sientan con el grupo, ofrecen servicios que a nadie le interesa pero no aceptan un no por respuesta, insisten e insisten por un par de monedas o una cerveza (más que nada lo segundo). También son muy simpáticos, en algunas islas más que en las otras, orgullosos de su cultura, de sus orígenes y seguros de dónde vienen y a dónde van. Siempre seguros de que no hay que preocuparse por nada porque todo va a estar bien, como bien cantó Bob.

Tengo una cesta de hoja de palmera que hijo uno de estos locales ese día en la playa de Santa Lucía. Guarda mis tés. Como pago se llevó varios dólares y dos cervezas.

En Granada, en cambio, para ir a la playa nos tomamos un taxi acuático y al llegar al destino decidimos caminar mucho (demasiado) para alejarnos de todo conocido. Pero no tanto como para escapar de los locales que, en este caso, resultaron ser más agresivos. Este hombre llevó sin ofrecer cestas ni demostración de cómo crearlas; él vio el balde de cervezas, se metió en medio del grupo y estiró la mano para agarrar una. Sin pedir permiso, sin avisar, sin tener en cuenta que dos de mis compañeros eran más grandes que él y con poca paciencia para esta cultura caribeña. Los dos se pararon enojados, cansados de tanto abuso por parte de los locales y le dijeron con voz clara que dejara la botella. Ese hombre, al ver que no se la iba a llevar fácil, sí dejó la cerveza, pero pasó de un lado al otro durante todo el rato que nosotros estuvimos tratando de escapar en la playa.

Me encontré, de pronto, hablando a favor de los all inclusive. De esas instalaciones con playas paradisíacas y todos los entretenimientos que se quieran encontrar. Después de todo, si tengo dos semanas para escapar del estrés de la vida real, ¿para qué ir a un lugar donde mi novio va a terminar a los golpes con un loca? O a un lugar donde no se encuentra descanso.
El Caribe es hermoso. Tiene paisajes de revistas y cada foto parece una postal. Arenas blancas, aguas cristalinas, bares cada pocos metros, ambiente festivo. Sin embargo, es como esas personas que están siempre vestidas a la moda y se pasan de fiesta en fiesta de jueves a domingo: no me interesa estar con ellos.

Todas las opiniones, por las dudas vale aclarar, son totalmente personales. Entiendo que todos admiramos y apreciamos cosas diferentes, por eso mis más mejores amigas que han ido al Caribe sí volverían una y otra vez a estos lugares. Creo que antes de negarme a recorrer estas islas otra vez debería probar un all inclusive. Pero sí vuelvo, y eso no se cuestiona, a Domínica.



 

Granada. 


Barbados. 


 Domínica.