jueves, 28 de noviembre de 2013

Regreso al origen

Imaginación

A los 18 años tuve mi primera oportunidad de armar mis valijas e irme lejos y sola por primera vez. Por sola me refiero justamente a eso: dejé mi país, mis amigos, mi familia, mi idioma, mi cultura. Dejé hasta las clases de guitarra. Llegué a la nieve y al clima frío de Michigan, a un secundario de película donde cada cual tenía su auto, la vida social era la de los deportes, las porristas no eran como las mostraban en las historias y pude hacerme de nuevos amigos.

En aquellos meses de invierno, más de una vez la nieve nos encerró en casa y la sensación de mirar afuera era espantosa, acostumbrada al colorido invierno uruguayo, ver gris de norte a sur cada vez que asomaba la nariz a la ventana, eso era triste. De uno de esos días en casa es que sale mi historia. De pensar en qué se siente cuando alguien se separa de quien ama, de donde debe estar. ¿Qué sucede cuando se vuelve? Esa fue la pregunta que unió la trama.

Encontrar la respuesta a esa pregunta me ha llevado varios años, casi diez. Le he dado varios rodeos a la historia, la he llevado para atrás y para adelante, la he abandonado, odiado y luego ha retornado todo mi amor.

Preguntas correctas o respuestas incorrectas

Supongo que me llevó tanto tiempo porque en lugar de preguntarme ¿Qué sucede cuando se vuelve? Tendría que haberme preguntado ¿Por qué uno se va? Y para esa pregunta sí que no tengo respuesta, aún no, al menos, aunque me voy todo el tiempo.

Habrá tantas respuestas como personas, me gusta creer. Pero mi historia es la de dos personas en particulares, que se van y que deben volver.

Mi historia comenzó como un guión cinematográfico incluso antes de que supiera escribir un guión, por lo que tenía una estructura de teatro (que no sabía escribir pero sí leer por haber estado actuando los dos años anteriores), eran un montón de escenas con poca conexión donde contaba y explicaba todo lo que mis personajes hacían, al mejor estilo de:

MARISA
¿Qué vamos a hacer esta tarde?

BELÉN
¿Vamos a la playa?

MARISA
¡Sí, vamos!

Entonces, iban a la playa.

En aquellos primeros meses, cuando escribí la historia a mano y luego la pasé a la computadora, estaba tan enamorada de esos personajes como de lo que había dejado en Uruguay. Entonces, al entrar a facultad, mi primera intención era aprender a escribir guiones para corregir el formato (por cierto, elegí a la universidad a la que fui porque si bien quería hacer periodismo, era la única uni que me dejaba elegir otras materias... al final no hice tanto de periodismo como a mi madre le hubiera gustado).

Al entender el formato agarré la historia tal cual estaba y la pasé a Cournier New 12 y bla, bla, bla.


De mañas y manías

Había algo en esa trama que no me gustaba, que, en realidad, nunca me había gustado, era como una de esas mañas que tiene nuestro novio que tratamos de pasar por arriba pero no podemos.

Traté de cambiar esa maña de arriba para abajo y de un costado al otro, pero más allá de recibir pocos cariños por mi parte, recibí insultos por aquellos a quienes pedía ayuda. Supongo que es lo que pasa cuando una tiene una historia de drogadictos y pide ayuda a numerarios del opus dei. Pero por aquel momento le tenía demasiado respeto a esas personas, entonces me enfoqué en crear otras en lugar de reponer la que ya tenía.

Siempre se vuelve al origen, estoy segura. Al menos así es conmigo. Y cuando me di cuenta de que no estaba escribiendo, cuando quise retarme a dar el paso grande y escribir una novela, entonces no hubo otra opción más que volver al origen. Lo que incluye, solucionar esa maña.

Frente a la hoja en blanco: el miedo último

A esa decisión le siguieron siete meses de planear, re planear, eliminar escenas, enojarme y enamorarme de la maña. Luego llegó lo inevitable: sentarme a escribir. ¡Vaya si eso fue complicado! Nunca pensé que después de pasar toda la vida con ganas de escribir, cuando finalmente tenía una meta, eso fuera lo que más me costara. Tampoco pasé esos siete meses sentada frente a un escritorio ni en una oficina con vista al río, con la novela como único objetivo. Ojalá, pero no. Fueron seis meses de intenso trabajo, siete días a la semana, durante seis meses, ni un día libre, ni siquiera por enfermedad. Eran los ratos libres los que tenía para escribir, cuando me peleaba conmigo misma porque no decidía si quería dormir siesta o escribir. Hasta me anoté a un curso online para poder crear un hábito de escritura otra vez. Y funcionó, porque terminé de reescribir mi historia, y esta vez en formato novela, antes de que termine el curso. ¡Punto para mí! Incluso terminé la primera corrección antes que el curso.

Escribir es reescribir

Supongo, por un sentido perfeccionista que tengo y por una probable dislexia que también tengo, nunca voy a terminar de corregirla. Pero de momento tengo 250 páginas llenas de la historia de Marisa y Tomás, de sus encuentros y desencuentros. De los motivos por los que se fueron y las razones por las que volvieron. Me enamoro de mi historia cada vez que la leo, lo que también es un poco peligroso, supongo, pero si debo rescatar algo de mi profesor de guión en la universidad es que siempre me impulsaba a confiar en mi historia. Esta vez confío.

A la pregunta: editorial o auto publicación aún no la he podido responder. Tengo los ojos rojos tras leer y ver tutoriales en youtube que recomiendan una cosa o la otra. También tengo voces de personas "que saben" que dicen: "mandá a concursos". Cuando termine de corregir, me digo, e inmediatamente otra vez en mi cabeza dice: eso nunca va a pasar. Así que espero a que el momento correcto llegue; mientras, corrijo, releo, y vuelvo a conocer a esos personajes que se presentaron en mi cabeza por primera vez hace tantos años.

Esta foto es de 2008, cuando recibí mis primeras críticas
a mi forma de escribir y estructura: caótica.
A. Zumfelde solía ser un crítico duro, pero a veces, cuando veía
una luz de esperanza, escribía: "No se desanime el autor, 
creemos que si persiste logrará la victoria" y en aquellos años
debía repetírmelo a mí misma.


martes, 26 de noviembre de 2013

Cita




"Viajar es una escuela de humildad; nos lleva a tocar con la mano los límites de nuestra comprensión, la precariedad de los esquemas y los instrumentos con los que una persona o una cultura presumen comprender o juzgar a otra"
Claudio Magris. El infinito viajar.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Viajar sola

Ayer encontré un post que escribí hace poco más de dos años, de la primera vez que fui a Bélgica (y se encuentra aquí). Al leerlo me acordé del momento como si hubiera ocurrido ayer. Estaba sentada en un bus con esta niña brasilera que había llegado a un lugar al que nunca había imaginado y estaba aprendiendo a hablar un idioma que consideraba obsoleto; trataba de cambiar todos sus planes futuros para que ese año de vida no fuera inútil ni quedara olvidado y luchaba contra sus costumbres al vivir con una familia que la consideraba inferior. "¿Vos comés sánguches de jamón y queso?", me preguntó con en entrecejo fruncido. Noté que al escuchar mi respuesta los músculos de su rostro se tranquilizaron: por supuesto que sí, le dije. "Porque no entienden que quiera poner jamón y queso, ellos sólo ponen uno de los dos". Traté de explicarle que era la magia de irse de intercambio. En el mío pasé tres meses viviendo en una casa con siete gatos, dos peces, un perro y un caballo (al menos el caballo no entraba a la casa), un zoológico con pelos de animal por todas partes.

Mujeres que viajan solas

En ese bus me preguntó por qué viajaba sola. Bueno, le dije, siempre quise viajar y en ese momento tenía el tiempo y el dinero mientras que mis amigos seguían en trabajo, universidad o no tenían interés en viajar como yo. No voy a dejar de viajar porque lo tenga que hacer sola, no voy a dejar de realizar un sueño porque nadie me apoye, esa era la base de mi pensamiento cuando compré mis pasajes a Amsterdam y luego todos los demás.

En Amberes, Bélgica
La verdad es que prefiero estar sola antes que mal acompañada. Y a lo largo de mi vida he sabido encontrarme muy mal acompañada como para estar segura que apoyo mi propia moción.

De autos vs. hermosos atardeceres


Suelo ir a ritmos diferentes, tampoco soy muy paciente y además, soy bastante brusca para juzgar a las personas o tengo química o no, situación que sucede en el primer encuentro. Más importante aún, me gusta estar sola. Me gustan cosas que se hacen en soledad (leer, escribir, mirar por la ventana de los trenes) y me gusta hacer esas cosas en abundancia. Cuando le dije a mi medio hermano que ver el atardecer en Andalucía por la ventana del tren fue uno de los mejores paisajes de mi euroviaje y que le recomendaba hacer un viaje así en tren, él se rió y mirando a la persona del costado dijo que seguro que renunciaba a la comodidad del auto por un atardecer. Pocas veces en la vida estuve más convencida de que había tomado la decisión correcta de viajar sola.

En Holanda. Los suecos-pantuflas y los molinos es lo que más
me gusta de este país tan moderno.
Londres: mind the (giant) gap (between me and the city of London)

A Londres llegué con 50 libras en el bolsillo. Costó llegar porque perdimos el vuelo y tuvimos que pagar por un barco (razón por la cual me quedé sin capital), y aunque mi compañero de viaje y yo teníamos toda la intención de caminar, conversar y vivir Londres, terminamos en el bar del edificio más alto de la city tomando vino blanco. Las cosas no siempre salen como uno planea. También recuerdo que nunca me sentí más fuera de lugar como en ese bar.


Tristeza

La niña brasilera me dijo que viajar sola le parece triste. Media hora después me contó que estaba planeando un euroviaje. Me pregunto qué habrá sido de ese euroviaje si sus nuevas amistades belgas no querían/podían ir con ella. ¿Habrá salido sola o habrá renunciado a ese sueño para no quedarse sola?

Considero que tristeza es aferrarse a personas que no nos hacen felices. Es renunciar a un sueño con tal de seguir en la burbuja que conocemos. Creo que sería muy triste haberme quedado en Uruguay con tiempo y dinero por el simple motivo de no tener con quién viajar.

Conocí a personas increíbles de todas partes del mundo, como aquella argentina con la que caminé por todo Roma, o la española, de Málaga, que llamaba "Cariño" a todo el mundo. También conocí a una francesa (en Bratislava) que consideraba que los hombres uruguayos eran los más hermosos del mundo, y así la lista sigue.



Conclusión

Viajar sola no sólo me acercó a mí misma, sino que me obligó a conectarme con mis ideas y sentimientos. No tenía escape, debía estar conmigo y cada vez que me peleaba, debía amigarme. Nunca me voy a arrepentir de salir sola, de alejarme de mi zona de confort, de conocer nuevas personas, de adentrarme en otras culturas. No. Y espero, de todo corazón, que esa niña brasilera haya aprendido a quererse más allá de toda cuestión y que haya realizado los viajes que soñaba, sola o acompañada. 





martes, 19 de noviembre de 2013

¿Qué hay al final del mundo?

NordKapp, Noruega.
He tenido el gusto de llegar al fin del mundo en dos ocasiones diferentes. La primera vez fue en Cabo Norte, en Noruega: el punto norte máximo de Europa. Llegué con dos amigos, Claudio y Laura, sin saber realmente qué esperar del fin del mundo, después de todo, sabemos desde que estamos en la escuela que el mundo es redondo (esa era la teoría de Colón, ¿verdad?).

No sé qué esperaba ver, pero no fue lo que vi. Mucho menos lo que sentí. Al llegar al límite del mundo, al borde del barranco donde se termina la tierra y comienza el océano Ártico, me sentí pequeña. Entendí, mejor que nunca, la expresión un grano de arena en el desierto, es que justamente de esa forma me sentía: insignificante.

Cabo Norte se siente como el fin del mundo. Como que ya no hay nada más después de la tierra, como si los monstruos marinos existieran y estuvieran al acecho.

Al llegar al fin del mundo por el norte, uno encuentra un marcador con los colores del arcoíris que indica latitud y longitud, una escultura del mundo, una de una madre con un pequeño hijo, y ocho medallones con creaciones que ocho niños de diferentes partes del mundo hicieron en un experimento de comunicación más allá del idioma. También hay una tienda de regalos donde uno encuentra varios trolles y la sensación completa y absoluta de que llegamos al final.

En Cabo de Roca, en cambio, mis sensaciones fueron completamente diferentes. En lugar de presenciar el fin, me vi cerca del inicio, comprendí por qué Colón estaba tan seguro de que la tierra era redonda, después de todo, es como se ve el horizonte desde esa altura del planeta: curvo.

Por supuesto que no puedo ser neutral en este asunto ya que gracias a que personas vieron esperanza y nuevas oportunidades de ese Cabo es que hoy los uruguayos somos lo que somos, en realidad, todas las personas que habitan los continentes Americanos son lo que son.

Cabo da Roca. Portugal. No es de extrañar que al final de su
 continente los europeos consideren que se termina el mundo.
Al final del mundo por el oeste, entonces, hay una placa que nos ubica justo donde estamos: al final del mundo, un faro, una cruz y un gran barranco. Todo eso, iluminado por el atardecer de otoño presentaba el más completo y romántico panorama que he visto.

En la inmensidad del océano que se presentaba frente a mí vi, a la distancia, pequeñas luces de barcos que se acercaban o alejaban de la costa y sentí esa emoción que sólo me representan los barcos, la emoción de que se acercan aventuras.





Ricardo mirando hacia el continente.


Cabo da Roca con una iluminación un tanto apocalíptica. Pero hermosa.



Con uno de mis amigos nórdicos en Cabo Norte.



El pequeño punto negro con los brazos estirados soy yo:
una pequeña nada en la inmensidad de nuestro planeta.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Miles de ojos esperando la llegada

Malta es una pequeña isla, un punto en el mapa que a no ser por su posición geográfica, que la acerca a todos los que supieron ser grandes imperios, sería insignificante. Pero gracias a estar donde está, a esta isla nunca la dejaron tranquila.

Su capital, La Valeta, se fundó gracias a las Cruzadas: era a donde se llevaban a los caballeros heridos para su recuperación. Fue parte de muchas naciones, tanto que el idioma maltés es una mezcla de inglés, árabe, quién-sabe-qué-más; luego de pasar por diferentes religiones, se definió la católica, por lo que para demostrar esa decisión, colocaron una virgen o un santo en un pedestal en cada esquina.

Siempre fue una isla de guerra, desde la época de las cruzadas hasta la Guerra fría, Malta estuvo involucrada en este o aquel conflicto y no puedo dejar de pensar en eso mientras me acerco a la isla. A lo lejos, desde el mar, se ve un punto color ocre. El barco se acerca, despacio, esperando al piloto y en la entrada a La Valeta, todos los edificios de piedra de ese color tan particular se me antojan a miles de ojos observando cada movimiento de los barcos que se acercan y se alejan del fuerte, las ventanas son agujeros negros que contrastan con el color ocre que reina en la sila. Y mientras más nos acercamos, más observada me sentía.

La Valeta siempre me resultó horriblemente calurosa. Al estar al sur de Italia, tan cerca de Africa, bueno, todo Malta es calurosa, pero más allá de la temperatura ambiente, ese color anaranjado que cubre la ciudad y las calles pequeñas, embotan el aire y hacen que uno se siente preso de la falta de brisa. Por suerte para nosotros, llegamos a otro lugar, donde reinaban los colores y el aire del mar se colaba por todos los callejones.

Cruzamos media isla al sur para llegar a un puerto pesquero donde los botes estaban todos pintados de colores llamativos, donde los edificios eran más blancos que ocres y la costa estaba vestida de cafés. Hermoso paisaje para olvidarse de todos los ojos que me observaron por la mañana.

Malta resultó ser una sorpresa pues esperaba el bochorno de las calles pequeñas de La Valeta, sin embargo, cambió por completo mi visión de la isla. Sí que es una joya del mediterráneo.


Pueden leer el artículo sobre Malta que escribí para la revista Seisgrados de Uruguay pinchando aquí.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Tantas tachas en el calendario

Así que nos cambiamos de empresa. R me llamó a una hora ridícula en la mañana que para él, con cuatro horas más por estar justo donde pasa el meridiano, estaba ansioso por hablar. "¿Qué decís, cambiamos?", "y bueno, probamos". Entre preguntas y pocas respuestas decidimos trucar seis meses de visitar el Canal del Panamá por un itinerario que parecía mucho más interesante: dar la vuelta al mundo.

Dejamos de lado ser los únicos civiles capaces de caminar por el canal, el bochorno de Panamá, los dos mil pasajeros que se nos tirarían encima en Miami, el Caribe (que no me gusta para nada, como ya he dicho). También decidimos hacernos a un lado con los amigos que podíamos encontrarnos en el barco, igual que sucedió la vez anterior, los privilegios de los fotógrafos y... ¡venga! ¡que nos vamos a dar la vuelta al mundo!

Me propuse varias cosas: despertarme en las mañanas con el primer ring del despertador (y he fracasado cada vez), ir al gimnasio (ídem), comer sano (en esto ando mejor) y escribir. Por supuesto que he fracasado en escribir para el blog, como queda muy claro. Pero he estado escribiendo mucho. Tanto que hasta me sorprende que trabaje todos los días de la semana durante (casi) seis meses. Tanto que parece que tengo tiempo. Es que las ideas me vuelven a la cabeza, me vuelan. Es como cuando antes de ir a la universidad, antes de llenarme de reglas y de la manera correcta de escribir. Me siento como cuando no tenía idea de cómo pero lo hacía porque al hacerlo me sentía bien. Supongo que así debe de ser porque, bueno, cuando tenía las reglas frescas en mi mente, era como que sólo había lugar para eso: simetría, no va coma entre sujeto y predicado, cuidá las faltas de ortografía (¡que nadie se entere que sos disléxica!), pero entre tantas preocupaciones y cosas para prestar la atención, no había más lugar para crear.

A ver qué pasa ahora. Comprobemos si soy los suficientemente madura como para enfrentar la técnica y la emoción.

Y mientras escribo estaré cruzando de Europa a América, de América a Asia, de Asia a África y de África a Europa.

(¡Todavía no me lo creo!)