jueves, 16 de septiembre de 2010

Ese lugar al que van las películas de terror

Setiembre es el mes de los cumpleaños familiares. El mes de los regalos, las sorpresas, las guirnaldas y el intento anual de cocinar, aunque el horno siempre consigue vencerme (este año fue una olla essen). Mis dos hermanos se hacen más grandes este mes. Sin embargo, este año, a diferencia de otros, mi problema no fue de transporte por vivir en otra ciudad ni de ingenio por no saber qué regalar. Mi problema fue el miedo. Tal vez no "miedo", así, deletreado letra por letra, sino una leve sensación de ardor en el estómago, justo ahí donde atacan las películas de terror (que dejé de ver a los quince años cuando me di cuenta que era la única de todos mis amigos que se asustaba en serio).

Esa leve sensación terrorífica que Norman Bates sabe incrementar surgió hace un par de noches, cuando un compañero de trabajo me dijo que lo llamaron y se embarca mañana. Mañana.

Mañana.

Creo que nunca fui tan consciente de lo que esto incluye. De que me esté por ir. Nunca me senté a calcular conmigo misma, porque, bueno no tiendo a ser calculadora, no tengo disciplina y los detalles escapan a mi vista miope. Estaba tan desesperada por soltar amarras que no pensé en volver realidad la metáfora.

Recorrer el mundo suena emocionante. Todas las fotos que quiero sacarme en lugares que he visto durante toda mi vida en libros y películas. Todos los lugares en los que me gustaría trabajar. Sin embargo, hay un sólo lugar a donde quiero volver: a casa. Y fue justo después de leer el email de este compañero que se embarca MA-ÑA-NA cuando calculé la distancia exacta de dónde esa casa está, de quienes la componen. Uno de esos componentes dejó de cumplir años hace 46 minutos.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Sobre cruzar la frontera

Para un ensayo de literatura en tercero de facultad elegí una serie de libros que hablaban sobre cruzar la frontera. Me las ingenié para no tocar el tema de la frontera. En cambio, hice mi ensayo de cómo hay cosas en el hombre que nunca. Me fue bastante bien, aunque reconozco que si hubiera tocado el verdadero tema de los libros me habría ido mejor. Igual, tengo una tendencia tediosa a torcer las cosas según me parezca y me encanta encontrarles las quintas patas a los gatos.

Entonces, aquí estoy, tratando de redimir aquel error de hace casi tres años. Ya que no escribí sobre cruzar la frontera en su momento, lo haré ahora, cuando realmente voy a cruzarla. De la mano de los mismos maestros que tendría que haberlo hecho la primera vez: Kapusciski, Magris y Sebald (aunque a Sebald lo deje en casa).

Kapuscinski viajó con Historia, de Heródoto, yo viajo con él, con Viajes con Heródoto. Seré fiel a mi estilo caótico y poco medido, donde me dedico a hablar de lo que me gusta y no tanto de lo que tendría que hablar (prueba clara el ensayo trastocado sobre lo eterno en el hombre). Y mi viaje comienza un fin de semana en casa de mis padres. Mi viejo me pasa la sección de trabajos donde leyó que se necesitaban fotógrafos para cruceros.

Viajes con Heródoto me acompañará durante toda la aventura. De la misma forma que Historia acompañó al señor K. Es una edición barata de Anagrama, de esas que seguro se desarmará antes de llegar al destino. ¿Qué podría gustarme más que mi barata e insegura edición quedara gorda y llena de recuerdos como le sucede a la versión de Historia de Heródoto en la película El paciente ingles? Pero dudo que la frágil encuadernación soporte el peso de otras hojas y de clips, o de fotos y marcadores. Puedo intentarlo, volver a Uruguay con retazos de libro.

Acá comienza el viaje, sentada, esperando noticias.