miércoles, 15 de septiembre de 2010

Sobre cruzar la frontera

Para un ensayo de literatura en tercero de facultad elegí una serie de libros que hablaban sobre cruzar la frontera. Me las ingenié para no tocar el tema de la frontera. En cambio, hice mi ensayo de cómo hay cosas en el hombre que nunca. Me fue bastante bien, aunque reconozco que si hubiera tocado el verdadero tema de los libros me habría ido mejor. Igual, tengo una tendencia tediosa a torcer las cosas según me parezca y me encanta encontrarles las quintas patas a los gatos.

Entonces, aquí estoy, tratando de redimir aquel error de hace casi tres años. Ya que no escribí sobre cruzar la frontera en su momento, lo haré ahora, cuando realmente voy a cruzarla. De la mano de los mismos maestros que tendría que haberlo hecho la primera vez: Kapusciski, Magris y Sebald (aunque a Sebald lo deje en casa).

Kapuscinski viajó con Historia, de Heródoto, yo viajo con él, con Viajes con Heródoto. Seré fiel a mi estilo caótico y poco medido, donde me dedico a hablar de lo que me gusta y no tanto de lo que tendría que hablar (prueba clara el ensayo trastocado sobre lo eterno en el hombre). Y mi viaje comienza un fin de semana en casa de mis padres. Mi viejo me pasa la sección de trabajos donde leyó que se necesitaban fotógrafos para cruceros.

Viajes con Heródoto me acompañará durante toda la aventura. De la misma forma que Historia acompañó al señor K. Es una edición barata de Anagrama, de esas que seguro se desarmará antes de llegar al destino. ¿Qué podría gustarme más que mi barata e insegura edición quedara gorda y llena de recuerdos como le sucede a la versión de Historia de Heródoto en la película El paciente ingles? Pero dudo que la frágil encuadernación soporte el peso de otras hojas y de clips, o de fotos y marcadores. Puedo intentarlo, volver a Uruguay con retazos de libro.

Acá comienza el viaje, sentada, esperando noticias.

2 comentarios:

  1. Qué bueno, Cata, que emprendas este viaje. Es un viaje en el que probablemente descubras y conquistes más cosas de vos misma que del nuevo mundo que vas a ver.

    Me acuerdo de un poema de Pizarnik que termina con un “¡pero arremete, viajera!”
    y así me despido, hasta la vuelta.

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