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viernes, 24 de enero de 2014

Como el flautista

Como aquella historia del Flautista que se llevaba a todos los niños de Hamelin tras él con la música de su instrumento, este burbujista español conquistó a todos los niños que pasaron cerca de él con sus magníficas burbujas.

Era el final de un día cálido de otoño en Barcelona y nada podría haber vuelto el día más perfecto que esto.



viernes, 18 de enero de 2013

Sobre el valor del dinero. O cómo sentirse en casa en el extranjero


Barcelona, España

Llegué a Barcelona con 95 centavos.

El banco no me daba más dinero y de mi monedero bien podría haber salido una mosca. Estaba en el aeropuerto y sólo fui capaz de comprar el billete de bus que me iba a dejar en la plaza España antes de contar moneda por moneda y llegar a la magnífica cifra de 95 centavos.

Pero fui muy afortunada. El plan original era ir a París. De haber llegado a ese destino con todo mi dinero, habría dormido en un parque. En Barcelona, en cambio, vive la mejor amiga de mi mamá, a la que tengo el gusto de llamar tía.

Ella, que como buena secretaria ejecutiva es organizada, detallista y conversadora, me había aconsejado cómo llegar desde el aeropuerto a su apartamento: comprá tal boleto de metro, bajate en tal lugar, caminá hacia este lado, etc. Así que cuando llegué y le dije que había ido en bus tuve que esperar a que terminara su discurso de reto porque me había salido más caro, para luego aclararle: tengo… y ya todos sabemos la suma.

Hay dos cosas de mis dos meses y medio en Europa que me hicieron madurar: pagar mi pasaje a Amsterdam y a cada uno de los destinos. Y quedarme sin dinero. Por supuesto que las ruinas, la historia, la gente, y todo lo demás, pero ateniéndonos a un plano puramente frío y material: tener y no tener plata. Y, en este momento, me encuentro en la parte de la historia en la que, literalmente, no tengo un peso.

Cuando recuperé el poder de decisión sobre un dinero que era mío me di cuenta de que pensaba dos veces si ese imán para la heladera de mi mamá era realmente necesario. Como bien dicen, el dinero no es todo, hasta que no se tiene en tierra extraña y sola.

-x-x-x-

De mi semana en Barcelona guardo algunos de los recuerdos más lindos. Caminar por la rambla con uruguayos emancipados, de ir a elegir carne con corte argentino con mi tía y su marido. De escuchar la pregunta: ¿Por qué calle querés caminar, por la de las putas o por la de los ladrones? Y sin pensarlo dos veces elegir la primera. De sentarme a ver como el sol se escondía detrás de las montañas y pintaba de naranja al Colón que señala mi hogar.

También fue mi semana de pereza. De acostarme temprano y levantarme tarde. De que se me fuera el insomnio. De terminar de escribir un guión, de ponerme al día con mis apuntes de viaje y hasta leer algún libro. Tardes de Starbucks y mañanas de mate.

Mi semana en Barcelona se sintió como volver a casa: Con mate. Con un cuarto para mí. Con un espacio. Con gente que quiero y me quiere por lo que soy, porque si era por tener, nada más tenía excusas de dónde había dejado todo mi dinero.

-x-x-x-

A Barcelona volvería en cada una de las vacaciones de mi vida y nunca me sentiría desilucionada ni defraudada por lo que esta ciudad tiene para ofrecer. Aunque, a los papeles inversos, soy yo la que no tiene mucho para ofrecerle a la ciudad. Cada vez que llego soy como el peor de los parásitos que se sube al lomo del Montjuic y le chupa toda la sangre a la ciudad.

Así que volví a ella. Esta vez con capital en mi bolsillo, un amigo que no hablaba español y el mapa del subte en mi celular. Jon, que a diferencia de mí planea todo su día y arma un mapa mental de los lugares a los que quiere llegar, que acostumbra a detenerse frente al mapa y estudiarlo unos minutos antes de comenzar a caminar, que prueba cervezas locales en cada nueva ciudad que visita, que siempre tiene alguna reseña de la ciudad antes de llegar a ella, ese Jon, mi amigo, me invitó a ir a ver la Sagrada familia, luego el parque Güell y después caminar por las ramblas. Al parecer teníamos un plan.

Lo peor, es que todo se dio de acuerdo al plan. Menos dos coreanos-estadounidenses que trataron de pegarse a nuestro día por Barcelona, pero fuimos lo suficientemente astutos como para sacárnoslos de encima con clase (y sin recibir ninguna suspensión por maltratar pasajeros). Considero que es aburrido cuando todo se da de acuerdo a lo planeado. Sin embargo, con Jon es medio difícil aburrirse porque cuando creo que mi plafón está bajando, él comienza a hablar. Y luego no para.



Tienen algo los lugares en los que me siento como en casa que no me preocupo en descifrar. Barcelona es cómoda. Es conocida. Es fácil. Es relajante. A la vez, es magnífica. Intrigante, encantadora, con ese acento musical y palabras dulces dedicadas a desconocidos.

sábado, 15 de octubre de 2011

Road trip a España

Holanda-Bélgica-Francia-España.

En el mundo del cine, una película que trata sobre un road trip (y me animo de generalizar todos los viajes) trata de un personaje que intenta escapar de su realidad, por lo que el viaje físico representa, en realidad, un viaje interno. Buenos ejemplos son Thelma y Louis o En busca de mi destino.

¿De qué realidad pretendíamos escapar nosotros? Viktor de los exámenes, Elsemiek de su dieta de sopa y batidos de leche descremada, Rutger de su jefe. ¿Y yo?

Desde que llegué a Holanda hablan sobre el viaje a España como si se tratara de algún preludio del paraíso (una vez que llegué entendí por qué, la verdad es que se ha de parecer bastante, al menos espero que tenga esta vista).

El primer desvío del camino fue en Amberes. En lugar de tomar la ruta a Brucelas tomamos la ruta a Brujas y para corregir el error, hubo que ir al centro histórico de Amberes. Mientras Elsemiek largaba palabras mal sonadas en holandés a diestro y siniestro, yo disfrutaba de la vista.

En el camino discutieron, mitad inglés mitad holandés, si ir era mejor ir por Paris o por Luxemburgo. Decidieron Luxemburgo. Pero de alguna forma que ni Rutger conoce, él nos llevó Paris. Más discuciones sobre por qué no preguntó. A mí no me importaba, yo leía cada cartel que decía "París" y lo saboreaba como si fuera el más dulce de los chocolates dentro de mi boca. 250, 170, 120, 25 kilómetros. "Los franceses aman Paris, vas a ver que cuando dejemos Paris atrás vas a seguir leyendo en los carteles. Te dicen qué tan lejos estás". Por supuesto que cuando dejamos la ciudad seguí buscando en cada cartel, quería seguir leyendo Paris. "Tal vez hasta puedas ver la Torre Eiffel", me dijo Viktor. "Cruzá los dedos porque no se si vuelvo". ¡Y la vi! Ahora no sé cómo hacer para no volver.

También paseamos por la campiña del sur de francia a las cuatro de la mañana. Viktor no tiene idea de qué pasó: en un momento ibamos en la ruta hacia Barcelona, en la siguiente estábamos en medio de una villa. Luego de otra, luego de otra. Mientras ellos buscaban en el mapa (porque el aparatito divino que tiene el auto que te dice hasta a cuántos metros estás del garaje de tu casa -en todos los idiomas que se te ocurran- no sirivió de nada en el sur de Francia a las cuatro de la mañana), yo trataba de no dormirme y mirar las casitas, la callecitas, las rotonditas. Todo tamaño petit.

En España Elsemiek puede tomar una de las tres comidas con nosotros (lo que quiere decir, no sopa), la alarma de Rutger no va a sonar tan temprano, Viktor no se trajo ni un cuaderno. ¿Y yo?

Lo bueno de las películas es que en dos horas se resuelven. El personaje encuentra lo que buscaba y se acaba el argumento. La vida real, generalmente, dura más de dos horas. Y cuando un argumento se termina, entonces surge otro. Es lo interesante de la vida. Pero es, también, lo que va a seguir haciendo que tomemos road trips a lugares ajenos a uno.