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sábado, 11 de junio de 2011

Mi burbuja

Mi burbuja

Cuando tenía quince o dieciséis años alguien me dijo que tenía que salir de mi burbuja. En aquella época se nos había dado por hablar inglés con los que sabían lo que decíamos. Él y yo éramos compañeros de clase desde hacía tiempo, por lo que nos entendíamos.

De madrugada salí del boliche con mis amigas. Caminamos un poco por el centro hasta pasar por la panadería, donde este muchacho estaba con sus amigos. Me vio, me gritó a mí y a los cuatro vientos “Get out of your bubble!”. A esa altura, esa frase era su forma de saludo. Y mi forma de saludo era levantarle el dedo del medio, darle vuelta la cara y seguir de largo con mis amigas.

Cuando volvía a bajar la mano, mi cabeza comenzaba una lucha interna entre el “me molesta” y el “no me importa”. Hasta que terminaba agotada y enojada conmigo misma por hacerle caso a las palabras de este tipo que no modificaba mi vida en ningún aspecto. Es más, incluso admitía que tenía razón: sí vivía en una burbuja. Una muy bonita, aparte y selecta; en ella sólo había lugar para cosas especiales: mis amigas, mi familia, mis sueños. No sé qué de esas tres cosas eran las que más le molestaban. Cuánto más me gritaba que saliera de mi burbuja, más me aferraba a ella. Y el sueño más grande que tenía era salir de ese pueblo, ver el mundo.

Suerte que me aferré a mis ilusiones. Mirá donde estoy.

Suerte que mi burbuja era lo suficientemente amplia para que entrara el mundo.

-x-x-x-

Los años pasaron. Él y yo nunca llegamos a ser amigos. Nuestra relación nunca creció. Pero después de tantos años de trato intenso, de verlo seguido, de compartir mejores amigos, le tengo cariño. Y le agradezco infinitamente que me obligara a aferrarme a mi burbuja.

martes, 15 de marzo de 2011

Proverbio chino

Mi hermano me mandó el siguiente proverbio chino:

"Dime y me olvidaré. Muéstrame y puede que recuerde. Involucrame y entenderé".

Le pareció una buena frase para comenzar el viaje. A mí también.

viernes, 11 de marzo de 2011

De despedidas

Esteban Schroeder* me dijo que el trabajo de director [de cine] es un trabajo solitario: al final de un día de trabajo el director queda solo con su historia. Tuve la oportunidad de comprobar que era verdad cuando después de dos días de rodaje el equipo se fue en una dirección diferente a la mía. Volví a mi casa sola, con una bolsa de basura llena de vestuario colgando en mi espalda cual vieja de la bolsa.

Esta noche la sensación no fue tan diferente. No creí que no los volvía a ver hasta que Lucía me lo dijo. Fuerte y claro. Incluso en ese momento se sintió como un chiste. Las personas justas. Manuel me recomendaba qué hacer y qué no una vez que llegara al lejano oriente, Mariana mantenía mi vaso lleno de cerveza.

Cuando las personas son las indicadas, entonces los silencios no son incómodos. Los temas de conversación surgen de la nada, aunque sea sobre las tangas de ositos yummis. Ivana hacía pizas, Florencia decoró el postre y Rocío trajo las trufas.

Pero cuando todos se van, entonces las palabras de Schroeder quedan. Y no es sólo el trabajo de director el que te arroja a la soledad. Hay algo en la mente exigente que siempre te mantiene de lado, latente. Pronto para escapar. Ante el más mínimo atisbo de ¿atadura? Tal vez.

Huir de lo conocido para conocer lo desconocido. Eso anhelo. Hasta que deje de conocer lo que tengo al alcance de la mano.

Grandes charlas, cerveza fría y la mejor compañía. Es todo lo que se necesita para la mejor despedida. Yo estoy acostumbrada a las despedidas inacabables que duran semanas. Le sucedió a mis dos hermanos y a varios amigos. Sin embargo, cuando llega mi turno descubro que organizar mis fiestas es molesto. También resulta extraño que mi profesión sea cubrir cada detalle de la producción, planificar que nada pueda salir mal, pero en mi vida privada no es así. Mis amigos me conocen; cuando digo "a las once", llegan una hora después y la que se disculpa por hacerlos esperar soy yo. A veces me pregunto si mi desorden será inmadurez. La verdad es que me gusta ser ¿espontanea? Y a ellos no les molesta.




*Esteban Schroeder es director de cine uruguayo. Y fue mi profesor.

sábado, 12 de febrero de 2011

Uno rapidíto

Para pasar el poco tiempo que me queda en Uruguay antes de levar anclas comencé con las despedidas, a organizar la ropa y a hacer listas.

También me puse algunas metas básicas, como por ejemplo:

1. No interrumpir cuando una amiga se esté cargando a alguien.

2. Darme cuenta de que mi amiga se está cargando a alguien.

3. No ir a trabajar con ojeras (ardua misión).

4. Ni con resaca.

5. Etc.

De todas maneras falta un mes. Y en este mes las cosas que me conciernen son: comprar valija y encontrar un escondite seguro de humo de tabaco (y otras sustancias) para mis libros, mis películas y mi poster de Sucedió una noche. No es tan complejo, por lo que mi mente deambula como sonámbula por temas que no quiero afrontar antes de irme. Como, por ejemplo, decir lo que quiero a ciertas personas (“andate a cagar”, “no te banco”, o por el otro lado “te quiero ver”, “me gustan tus labios”).

Así que, volviendo a las películas y los libros, las siguientes preguntas me tienen bastante cansada:

a. ¿No te da miedo?

b. ¿Estás nerviosa?

c. ¿Te vas sola? (con su variante: ¿No conocés a nadie? ¿A nadie, nadie?

Y ya que estoy en el tema, la verdad es que la ansiedad sí me está matando. Soy consciente de que voy a extrañar, pero no me retiene en ningún puerto.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Ese lugar al que van las películas de terror

Setiembre es el mes de los cumpleaños familiares. El mes de los regalos, las sorpresas, las guirnaldas y el intento anual de cocinar, aunque el horno siempre consigue vencerme (este año fue una olla essen). Mis dos hermanos se hacen más grandes este mes. Sin embargo, este año, a diferencia de otros, mi problema no fue de transporte por vivir en otra ciudad ni de ingenio por no saber qué regalar. Mi problema fue el miedo. Tal vez no "miedo", así, deletreado letra por letra, sino una leve sensación de ardor en el estómago, justo ahí donde atacan las películas de terror (que dejé de ver a los quince años cuando me di cuenta que era la única de todos mis amigos que se asustaba en serio).

Esa leve sensación terrorífica que Norman Bates sabe incrementar surgió hace un par de noches, cuando un compañero de trabajo me dijo que lo llamaron y se embarca mañana. Mañana.

Mañana.

Creo que nunca fui tan consciente de lo que esto incluye. De que me esté por ir. Nunca me senté a calcular conmigo misma, porque, bueno no tiendo a ser calculadora, no tengo disciplina y los detalles escapan a mi vista miope. Estaba tan desesperada por soltar amarras que no pensé en volver realidad la metáfora.

Recorrer el mundo suena emocionante. Todas las fotos que quiero sacarme en lugares que he visto durante toda mi vida en libros y películas. Todos los lugares en los que me gustaría trabajar. Sin embargo, hay un sólo lugar a donde quiero volver: a casa. Y fue justo después de leer el email de este compañero que se embarca MA-ÑA-NA cuando calculé la distancia exacta de dónde esa casa está, de quienes la componen. Uno de esos componentes dejó de cumplir años hace 46 minutos.