Imaginación
A los 18 años tuve mi primera oportunidad
de armar mis valijas e irme lejos y sola por primera vez. Por sola me refiero justamente a eso: dejé
mi país, mis amigos, mi familia, mi idioma, mi cultura. Dejé hasta las clases
de guitarra. Llegué a la nieve y al clima frío de Michigan, a un secundario de
película donde cada cual tenía su auto, la vida social era la de los deportes,
las porristas no eran como las mostraban en las historias y pude hacerme de
nuevos amigos.
En aquellos meses de invierno, más de una
vez la nieve nos encerró en casa y la sensación de mirar afuera era espantosa,
acostumbrada al colorido invierno uruguayo, ver gris de norte a sur cada vez
que asomaba la nariz a la ventana, eso era triste. De uno de esos días en casa
es que sale mi historia. De pensar en qué se siente cuando alguien se separa de
quien ama, de donde debe estar. ¿Qué sucede cuando se vuelve? Esa fue la
pregunta que unió la trama.
Encontrar la respuesta a esa pregunta me
ha llevado varios años, casi diez. Le he dado varios rodeos a la historia, la
he llevado para atrás y para adelante, la he abandonado, odiado y luego ha
retornado todo mi amor.
Preguntas correctas o respuestas
incorrectas
Supongo que me llevó tanto tiempo porque
en lugar de preguntarme ¿Qué sucede cuando se vuelve? Tendría que haberme
preguntado ¿Por qué uno se va? Y para esa pregunta sí que no tengo respuesta,
aún no, al menos, aunque me voy todo el tiempo.
Habrá tantas respuestas como personas, me
gusta creer. Pero mi historia es la de dos personas en particulares, que se van
y que deben volver.
Mi historia comenzó como un guión
cinematográfico incluso antes de que supiera escribir un guión, por lo que
tenía una estructura de teatro (que no sabía escribir pero sí leer por haber
estado actuando los dos años anteriores), eran un montón de escenas con poca
conexión donde contaba y explicaba todo lo que mis personajes hacían, al mejor
estilo de:
MARISA
¿Qué vamos a hacer esta tarde?
BELÉN
¿Vamos a la playa?
MARISA
¡Sí, vamos!
Entonces, iban a la playa.
En aquellos primeros meses, cuando
escribí la historia a mano y luego la pasé a la computadora, estaba tan
enamorada de esos personajes como de lo que había dejado en Uruguay. Entonces,
al entrar a facultad, mi primera intención era aprender a escribir guiones para
corregir el formato (por cierto, elegí a la universidad a la que fui porque si
bien quería hacer periodismo, era la única uni que me dejaba elegir otras
materias... al final no hice tanto de periodismo como a mi madre le hubiera
gustado).
Al entender el formato agarré la historia
tal cual estaba y la pasé a Cournier New 12 y bla, bla, bla.
De mañas y manías
Había algo en esa trama que no me
gustaba, que, en realidad, nunca me había gustado, era como una de esas mañas
que tiene nuestro novio que tratamos de pasar por arriba pero no podemos.
Traté de cambiar esa maña de arriba para
abajo y de un costado al otro, pero más allá de recibir pocos cariños por mi
parte, recibí insultos por aquellos a quienes pedía ayuda. Supongo que es lo
que pasa cuando una tiene una historia de drogadictos y pide ayuda a numerarios
del opus dei. Pero por aquel momento le tenía demasiado respeto a esas
personas, entonces me enfoqué en crear otras en lugar de reponer la que ya
tenía.
Siempre se
vuelve al origen, estoy segura. Al menos así es conmigo. Y cuando me di cuenta
de que no estaba escribiendo, cuando quise retarme a dar el paso grande y
escribir una novela, entonces no hubo otra opción más que volver al origen. Lo
que incluye, solucionar esa maña.
Frente a la
hoja en blanco: el miedo último
A esa
decisión le siguieron siete meses de planear, re planear, eliminar escenas,
enojarme y enamorarme de la maña. Luego llegó lo inevitable: sentarme a
escribir. ¡Vaya si eso fue complicado! Nunca pensé que después de pasar toda la
vida con ganas de escribir, cuando finalmente tenía una meta, eso fuera lo que
más me costara. Tampoco pasé esos siete meses sentada frente a un escritorio ni
en una oficina con vista al río, con la novela como único objetivo. Ojalá, pero
no. Fueron seis meses de intenso trabajo, siete días a la semana, durante seis
meses, ni un día libre, ni siquiera por enfermedad. Eran los ratos libres los
que tenía para escribir, cuando me peleaba conmigo misma porque no decidía si
quería dormir siesta o escribir. Hasta me anoté a un curso online para poder
crear un hábito de escritura otra vez. Y funcionó, porque terminé de reescribir mi historia, y esta vez en formato novela, antes de que termine el curso.
¡Punto para mí! Incluso terminé la primera corrección antes que el curso.
Escribir es
reescribir
Supongo, por
un sentido perfeccionista que tengo y por una probable dislexia que también
tengo, nunca voy a terminar de corregirla. Pero de momento tengo 250 páginas
llenas de la historia de Marisa y Tomás, de sus encuentros y desencuentros. De
los motivos por los que se fueron y las razones por las que volvieron. Me
enamoro de mi historia cada vez que la leo, lo que también es un poco
peligroso, supongo, pero si debo rescatar algo de mi profesor de guión en la
universidad es que siempre me impulsaba a confiar en mi historia. Esta vez
confío.
A la
pregunta: editorial o auto publicación aún no la he podido responder. Tengo los
ojos rojos tras leer y ver tutoriales en youtube que recomiendan una cosa o la
otra. También tengo voces de personas "que saben" que dicen:
"mandá a concursos". Cuando termine de corregir, me digo, e
inmediatamente otra vez en mi cabeza dice: eso nunca va a pasar. Así que espero a que el momento correcto llegue; mientras, corrijo, releo, y vuelvo a conocer a esos personajes que se presentaron en mi cabeza por primera vez hace tantos años.
 |
Esta foto es de 2008, cuando recibí mis primeras críticas
a mi forma de escribir y estructura: caótica.
A. Zumfelde solía ser un crítico duro, pero a veces, cuando veía
una luz de esperanza, escribía: "No se desanime el autor,
creemos que si persiste logrará la victoria" y en aquellos años
debía repetírmelo a mí misma.
|