Es el cuarto día de cruce en el océano. Aún quedan dos días
más.
Estar en el medio de la nada me provoca una doble sensación;
por un lado es este meneo constante del barco que simula una cunita infantil,
por lo que ando media dormida por los corredores y no puedo evitar bostezar
cuando trabajo. Es lo mejor que me puede pasar a la hora de dormir, pero el
resto de las horas del día (especialmente cuando llega la noche y al Atlántico
se le da por agitarse), siento que estoy en un juego de un parque de
diversiones.
Por el otro lado, salir a tomar aire y ver agua a mis cuatro
puntos cardinales… eso es algo que me deja sin palabras. De alguna forma me
relaja. Probablemente esa relajación se deba a que sé que en dos días voy a
pisar tierra, entonces me dejo disfrutar el paisaje a mi alrededor, ese
constante oleaje blanco y la ola aguamarina que deja el barco al avanzar.
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