miércoles, 17 de julio de 2013

Cruzar fronteras

Hoy de mañana estaba en mi cabina, la misma que me perteneció durante los últimos seis meses de mi vida. Donde escribí, lloré, me enamoré, me emborraché y me desperté incontables veces para ir a trabajar.

Anoche, mis compañeros de trabajo me homenajearon con una cadena de llaveros hechos por ellos mismos donde de un lado veo la foto de cada uno de esos compañeros que me apoyaron en ocasiones y me hicieron la vida imposible en otros momentos. Al otro lado del llaverito tengo una dedicatoria, algo que ellos quieren que yo conserve. Me encantan esos regalos, hacen que me olvide todas las molestias y sólo recuerde los momentos buenos, aquellas noches de bar y días de puerto, almuerzos y cenas, no las horas interminables de trabajo ni las madrugadas frías con la cámara al cuello.

Tuve la gran suerte de compartir tantos meses con buenos amigos. De conocer nuevas personas increíbles que formarán parte de mi vida para siempre, pero también de fortalecer amistades anteriores. Héctor, que cada vez que voy a su restaurante me regala frutillas y queso de cabra; Alex, que es de Macedonia y le gusta decirle a todo el mundo que soy su novia, cuando él es gay; las dos servias rubias que supieron ser hostess en los restaurantes donde yo sacaba fotos... el contrato pasado y este. La lista sigue.

"Es muy raro", me dijo Ben, él con su cerveza, yo probando ron de mango con jugo de manzana, "en poco tiempo haces amistades fuertes que duran".

(Recomiendo el Ron de mango con cualquier cosa, igual solo. Pero es una bebeida peligrosa porque parece que sólo es jugolín. No lo es).

Generalmente soy la única uruguaya del barco. Tuve suerte en mi primer contrato de tener a una paisana, pero en los siguientes siempre tuve que agarrarme de lo que estuviera más cerca. Y ese cerca siempre resultó ser Argentina. No sólo eso, sino que en ambas ocasiones fueron los mismos argentinos. Hermanos del alma que cocinaban empanadas y dulce de leche, que me cebaban mate y no me criticaban cuando decía "boludo".

Ahora ya no hay barco. Después de atravesar el aeropuerto de Copenhague con una brasilera y dos mexicanos, me bajé en Madrid, me vine a esperar a que pasaran las horas hasta mi siguiente destino: Lisboa.

De ahora en más no más trabajos, no más targets ni budgets, nada de números. La cámara cerca pero sólo por diversión, a contar las horas pero para el siguiente lugar. Una nueva aventura comienza hoy. Durante las siguientes tres semanas, un auto, un portugués y yo.

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