sábado, 11 de junio de 2011

Raza

Estoy a dos pasos de volverme racista.

Si no fuera porque he pasado por situaciones únicamente estúpidas antes, ya habría renunciado, los habría mandado a que se limpien la cola o directamente me habría vuelto una mujer abusadora y golpeadora. Pero malas experiencias anteriores hacen que me muerda la lengua, apreté el puño y me siente a escribir.

No caerle bien a alguien porque parezco estadounidense no es una buena razón. Puedo no caerle bien por un exceso de simpatía, porque hablo demasiado o porque no suelo ser el alma de la fiesta. Pero porque soy blanca, eso no es motivo.

Que me destrate por darle los mismos consejos que recibí hace un par de semanas, no es razón. Puede destratarme por hablarle mal o por no hablarle, o por reírme de sus errores. Pero no por dar consejos cuando fui la última en llegar.

Y dejemos a las otras dos personas a un lado porque no merecen el desgaste de energía. Los dos son un dolor en la cola y una piedra en el zapato a la misma vez. Además, también sin alcohólicos, mandones y suelen cometer los mismos errores que achacan a los demás (entonces, cuando él me dice que deje de pretender, no me preocupo: no suelo pretender, pero él sí. Y cuando ella me dice que soy haragana, sólo le sonrío, porque ese es su defecto. Tengo miles de defectos pero no soy ni haragana ni falsa).

Pero estoy acostumbrada a arrodillarse sobre semillas. Lo bueno, es que es la primera vez que no pienso que es mi culpa. Fui a una escuela donde me educaron para pensar que todo lo que pasaba a mi alrededor era culpa mía, donde era la persona menos importante del grupo, la que hacía las cosas mal. Y a partir de ahí, durante el resto de mi vida, estuve convencida de que era verdad. Hasta ahora.

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