sábado, 15 de octubre de 2011

Road trip a España

Holanda-Bélgica-Francia-España.

En el mundo del cine, una película que trata sobre un road trip (y me animo de generalizar todos los viajes) trata de un personaje que intenta escapar de su realidad, por lo que el viaje físico representa, en realidad, un viaje interno. Buenos ejemplos son Thelma y Louis o En busca de mi destino.

¿De qué realidad pretendíamos escapar nosotros? Viktor de los exámenes, Elsemiek de su dieta de sopa y batidos de leche descremada, Rutger de su jefe. ¿Y yo?

Desde que llegué a Holanda hablan sobre el viaje a España como si se tratara de algún preludio del paraíso (una vez que llegué entendí por qué, la verdad es que se ha de parecer bastante, al menos espero que tenga esta vista).

El primer desvío del camino fue en Amberes. En lugar de tomar la ruta a Brucelas tomamos la ruta a Brujas y para corregir el error, hubo que ir al centro histórico de Amberes. Mientras Elsemiek largaba palabras mal sonadas en holandés a diestro y siniestro, yo disfrutaba de la vista.

En el camino discutieron, mitad inglés mitad holandés, si ir era mejor ir por Paris o por Luxemburgo. Decidieron Luxemburgo. Pero de alguna forma que ni Rutger conoce, él nos llevó Paris. Más discuciones sobre por qué no preguntó. A mí no me importaba, yo leía cada cartel que decía "París" y lo saboreaba como si fuera el más dulce de los chocolates dentro de mi boca. 250, 170, 120, 25 kilómetros. "Los franceses aman Paris, vas a ver que cuando dejemos Paris atrás vas a seguir leyendo en los carteles. Te dicen qué tan lejos estás". Por supuesto que cuando dejamos la ciudad seguí buscando en cada cartel, quería seguir leyendo Paris. "Tal vez hasta puedas ver la Torre Eiffel", me dijo Viktor. "Cruzá los dedos porque no se si vuelvo". ¡Y la vi! Ahora no sé cómo hacer para no volver.

También paseamos por la campiña del sur de francia a las cuatro de la mañana. Viktor no tiene idea de qué pasó: en un momento ibamos en la ruta hacia Barcelona, en la siguiente estábamos en medio de una villa. Luego de otra, luego de otra. Mientras ellos buscaban en el mapa (porque el aparatito divino que tiene el auto que te dice hasta a cuántos metros estás del garaje de tu casa -en todos los idiomas que se te ocurran- no sirivió de nada en el sur de Francia a las cuatro de la mañana), yo trataba de no dormirme y mirar las casitas, la callecitas, las rotonditas. Todo tamaño petit.

En España Elsemiek puede tomar una de las tres comidas con nosotros (lo que quiere decir, no sopa), la alarma de Rutger no va a sonar tan temprano, Viktor no se trajo ni un cuaderno. ¿Y yo?

Lo bueno de las películas es que en dos horas se resuelven. El personaje encuentra lo que buscaba y se acaba el argumento. La vida real, generalmente, dura más de dos horas. Y cuando un argumento se termina, entonces surge otro. Es lo interesante de la vida. Pero es, también, lo que va a seguir haciendo que tomemos road trips a lugares ajenos a uno.

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