martes, 1 de marzo de 2011

Hacia Asia

Después del impacto inicial todo siguió su cauce. Me encanta mi destino.

Asia.

Me voy a las antípodas uruguayas. No sólo cambio de idioma ni de profesión, también cambio de cultura. De Occidente a Oriente. A romper la brecha que ha estado abierta durante siglos y siglos. Incluso más antigua que La Iliada (donde Turquía le disputaba una reina a Grecia). “¿Por qué Grecia (es decir, Europa) está en guerra con Persia (es decir, Asia), por qué estos dos mundos –Occidente (Europa) y Oriente (Asia)– luchan uno contra el otro, haciéndolo además a vida y muerte? ¿Siempre ha sido así? ¿Así será siempre?". (Ref. a pie de página).

La verdad es que sé muy poco de Oriente, porque toda la Historia Universal que estudié, en realidad es historia occidental, y con toda la Literatura Universal pasa lo mismo. Así que sabía la existencia de la Cochinchina porque fue colonia francesa, que ahora se llama Vietnam lo sé porque Estados Unidos la peleó contra la URSS durante la Guerra fría. De Malasia llegan los zapatos y en Japón se tiraron las dos bombas atómicas. De Sincapore, en cambio, no tenía registro. De Literatura, lo más oriental que he leído son algunos cuentos de Las mil y una noches, una novela de Oé (Un asunto personal) a la que no le presté la debida atención. Lo más oriental que he tenido son dos amigos: uno chino, del que nunca pude pronunciar el nombre, y otro uruguayo que se fue de intercambio a Japón.

Jamás asumí a Asia como posible destino. No en esta oportunidad ni en ninguna otra indagación fantasiosa por google maps. Tal vez fuera porque no conocía nada de la cultura, o tal vez no conocía nada de esa cultura porque no me interesaba el destino. De a poco se fue ganando mi corazón. Aún queda territorio a ser conquistado, pero de nunca interesarme los palitos chinos (ni el sushi) a querer sacarle fotos a los arrozales, hay un gran paso.

Cuando le dije a mi amigo Gastón a dónde me iba me pidió que tuviera cuidado: “mirá que ahí se termina el mundo. Cualquier cosa, cuando veas la catarata gigante bajate antes”. Y mi amiga Florencia, al ver el mapa con marcas en los puertos que tendría que tocar, se sorprendió: “el mapa está mal, Rusia va del otro lado (…) Cómo admiro a Colón”.


Referencia cita: KAPUSCINSKI, Ryszard. Viajes con Heródoto. Anagrama, Barcelona, 2007. Pág. 93. Traducción de Agata Orzeszek.

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