martes, 20 de septiembre de 2011

El mate y Mariela

Iba bien. Tres meses sin mate y ni sentía la abstinencia. Hasta que vi una foto. El mate ni siquiera era el protagonista de la foto, sino que nada más estaba en una esquina sin marcar presencia. Sin embargo, mató. Mi día continuó con sólo un pensamiento, con el recuerdo de un solo sabor. Traté de explicarle a mi amigo inglés qué era: una especie de té fuerte. Y él, con toda su buena voluntad, me llevó de cafetería en cafetería por todo Gastown (Vancouver) para ver si en alguno de esos lugares encontraba mate. ¿Tratar de explicarle lo que era? fue un fracaso.

Otra vez al trabajo. Me tocó una nueva posición de emergencia. Lugar nuevo, caras nuevas, como la de la mujer blanca y rubia que tenía parada adelante. Siguiendo mi tradición nada discreta de leer nombre y país de origen en la etiqueta del uniforme, leí un "Argentina" que casi me arranca lágrimas: era la primera argentina que conocía en el otro lado del mundo y a esa altura la única otra uruguaya ya no estaba.

Le vi la cara. Supe el momento justo en el que leyó "Uruguay", comparé las emociones que coincidieron en encanto. ¿Qué importan los bloqueos de los puentes o que nos roben a Gardel en la otra parte del mundo? ¡Más que un amigo, un hermano! Abrazo va, palmadas vienen. "¡Sos de Uruguay!", me dijo, "¿Tenés mate?". Me quitó la pregunta de la boca.

No. Ni ella ni yo. No había mate.

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Treinta dólares americanos me costó ir y volver del puerto a un supermercado que se llamaba "El sureño" y era atendido por una familia de indios (de la India), pero volví al barco triunfante con un paquete de yerba Canarias, una bombilla que (supuestamente) era de aluminio y un mate. La bombilla y el mate no fueron difíciles de elegir: nada más quería todo aquello que NO tuviera la bandera argentina. Cuando se lo dije a Mariela, con toda sinceridad, ella respondió: "qué basura". Nada más me reí.

Cómo encontré ese supermercado es una historia aparte.


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