viernes, 11 de enero de 2013

Plidan

Se llega la época del Plidan.

Esos momentos de locura y desenfrenos acompañados por largas sesiones de playa en las que no resuelvo nada: están cerca.

Las listas están prontas. ¿Las cosas compradas? No. ¿Separadas? Tampoco. ¿Lavadas? Menos.

Ya me veo cerrando la valija a las 4 de la mañana como la vez pasada. Dejando la mitad de las cosas afuera o guardando cosas que no pensaba llevar. Soporto eso mientras no pierda el vuelo, hay cosas que con que pasen dos o tres veces son suficientes. Espero tampoco estar enferma el día anterior, ni recibir masajes de barro para sacar las malas energías, ni abusar del café y del té de tilo (a la vez).

También sería genial no dormirme antes de que el avión despegue, porque me encanta esa sensación en la panza. Y me encanta no tener combinaciones porque ya no estoy para dormir en los aeropuertos a las 3 de la mañana.

Ya que estoy exigente, me gustaría de todo corazón no quedar abandonada a mi suerte y azar, que al llegar al hotel la compañía efectivamente tenga una reserva para mí (tampoco quiero gastarme 80 dólares en un taxi que me lleva a ningún lado), que mi valija no se pierda a mitad de camino y no tener que comprarme shampú porque quedó arriba de mi cama.

Sí me gustaría encontrarme con otro hindú que me diga: "¡Ah!, ¡Uruguay, Forlán!". O con ese hombre que me miraba hasta la incomodidad en el puerto, mientras esperábamos al barco, hasta que se acercó y me preguntó si me conocía del Diamond.

Ruby Princess, tengo mis energías puestas en vos. Después de tres promesas, parece que al fin voy a llegar a las islas griegas. También a la Fontana de Trevi donde habrá que pedir, una y otra vez más, volver.

De momento, lo que sí me vendría bárbaro sería un día de lluvia: así me dejo de excusas y armo las valijas con tiempo y en forma.

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