lunes, 2 de mayo de 2011

Historias de a bordo


Rifki es musulmán. Tiene una esposa y una beba que a cuál de las dos más hermosa. Su mujer le permitió casarse por segunda vez bajo tres condiciones:

1. Que fuera fiel a todas sus esposas.

2. Que tratara a todos los hijos con igualdad.

3. Sobre su cadáver.

Pero Rifki no necesita otra esposa. También piensa en una bendición a Alá antes de comenzar cada actividad y sabe escribir de derecha a izquierda en unos garabatos que me hacen sentir analfabeta.

Al terminar la cena la única cuchara limpia en la mesa es la mía. En cambio, los filipinos y el indonesio tienen todos los cuchillos sin tocar. “¿Te parece raro que corte con la cuchara?”, me preguntó Rifki. Sí. Jamás se me ocurrió cortar carne con una cuchara, incluso al postre lo como con tenedor. El primer impulso fue de vergüenza: al mirar a mi alrededor todos estaban cortando con la cuchara. Pero junté coraje, me reí y pregunté por qué cortaban con el instrumento que no estaba hecho para cortar. Carlito me contó, entonces, que en sus países, el cuchillo era un privilegio, era algo muy costoso. Dejé mi cuchillo a un lado (sorprendida, por cierto, porque en Uruguay con dos dólares comprás un juego de cubiertos completo, sí, barato y berreta, pero tiene cuchillos), agarré mi cuchara y comencé a practicar con un melón, después de todo ¿qué puede ser más fácil de cortar que un melón? Fracasé en el primer, segundo y tercer intento. La cuchara se subía y no podía despegar el centro de la cáscara. A todo esto, los asiáticos se reían de mí.

También fue Rifki quien me preguntó si usaba medias todo el día. “Sí, ¿vos no?”. No, definitivamente. Se las pone para trabajar y se las quita al terminar el turno. “Qué raro que uses medias”, me dijo.

Me mostró las fotos de su casamiento. Le pregunté si el traje de su esposa era un disfraz o si era con lo que se casaban de verdad. Me dijo que era de verdad. Lleno de dorados, blancos y rojos, perlas, piedras. Un traje de película, con casco decorado en oro y telas cayendo hasta el suelo en diferentes texturas y largos. Ella estaba hermosa. No sé si esperaba encontrar el vestido blanco o qué, después de todo, esa es la idea de casamiento que tengo. Entonces, con mi estúpida mente occidental, le pregunté cómo le había propuesto casamiento. Respondió que ellos no lo proponen, sino que lo discuten. “Vos tenés que esperar a que el hombres se declare, nosotros conversamos, decidimos que nos queríamos casar y le dijimos la fecha a la familia”. No sé si yo soy de las que esperan a que el hombre se declare o la que se declara, no lo he pensado, tal vez hasta sea de las que conversa, discute, decide fecha y se lo dice a la familia.

Pero de la misma forma en que Rifki y yo tenemos bases diferentes que se nota en las pequeñas cosas (como usar cuchara o cuchillo), los dos somos seres humanos y las similitudes van más allá de tener dos brazos y dos piernas. Cuando hablamos de la familia el cariño y calor son el mismo, cuando discutimos sobre lo vano que suena gastar la mitad del sueldo en el bar, los dos estamos totalmente de acuerdo. Y también, aunque nos gusta salir y recorrer lugares diferentes cada dos días, los dos contamos los días para salir de licencia.

2 comentarios:

  1. Me llena de emoción este post. Me encanta vivir estas cosas a través de tu puño y letra. Creo que cualquiera lo disfrutaría, porque no guardás nada de vos, no tenés reparo en decir los detalles que te mortificaron y que disfrutaste al fin. Lo que es más, yo convertiría este blog en un librillo de viajes al final de la experiencia. Y se vendería muy fácil. No es que uno quiera lucrar con todo, pero editarlo sería la manera de hacerlo aún más público por su mejor difusión. Que lo sepa el mundo, que Cata Bertón escribe como una diosa.

    Google.

    ResponderEliminar
  2. Mirá vos. Una nueva persona te habla del libro, del mentado libro. Excelente Cata. Seguí disfrutando. Mientras tanto, te sigo leyendo.

    ResponderEliminar