martes, 21 de junio de 2011

De colores de piel


Mi amigo Rifki es de Indonesia. Lo que quiere decir, es asiático. Es a la única persona del equipo a la que considero mi amigo y también es la única persona de la que me interesa ser amiga. Una mañana entramos a trabajar a las seis de la mañana; yo me caía del sueño y él me daba café. Me contó que en alguna parte del Corán (porque, como ya he contado, Rifki es musulmán) dice que cuando un hombre y una mujer están solos también hay una tercera persona: el diablo. Le quitó toda preocupación, no tiene que preocuparse por mí porque me gusta su mujer. “A mí también me gusta mi mujer”, me dijo. Y un par de semanas más tarde, a los dos nos caía bien mi novio.

El almuerzo de hoy empezó con una afirmación muy dura de mi parte: “odio a los asiáticos”. Un tema que no hablo demasiado pero que corre por mi cabeza cada vez que estoy en el trabajo, prácticamente. Como anoche, por ejemplo, cuando tuve que compartir el turno con cuatro filipinos que se pasaron hablando en su propio idioma y luego se enojaban conmigo porque no hacía lo que me pedían. “Hablaste en tagalog”, le dije a uno, al único con el que podría llegar a disculparme. A las risas me pidió disculpas y me dio las indicaciones en inglés. Entonces, en el almuerzo de hoy, Rifki se rió y me dijo: “hey, yo soy asiático”. “Sí, pero a vos te quiero”. Primero, lo quiero porque no me discrimina; segundo, lo quiero porque se interesó en ser mi amigo; tercero, lo quiero porque es mi amigo.

Me dijo que no era a los asiáticos a los que detestaba (que no dijera “odio” que es una palabra fuerte), sino a los filipinos. Y tampoco a todos los filipinos, sino a los que trabajaban conmigo. Rifki tiene un dicho para referirse a su persona: “El águila vuela sola”. De esa forma se explica cuando almuerza solo o baja solo a recorrer los puertos. A los filipinos del equipo los llama salmones, van siempre juntos. Más de la mitad del equipo son filipinos, otros dos son asiáticos. No deja demasiado espacio de expresión. Y la situación es más compleja cuando sólo somos dos rubios en el equipo. A nadie le importa la nacionalidad del jefe ni la de los dos videógrafos (que también son blancos), por lo que en la foto del equipo resalta una mancha blanca. Incluso la nueva adquisición del equipo, un portugués con toda la pinta de latino, me dijo que era demasiado blanca.

Volviendo al almuerzo, Rifki me contó que el sur de Asia fue conquistado por europeos. Le dije que América latina también. Y, si se quiere, nuestra colonización fue completa: lucimos como ellos, hablamos su idioma. Pero los asiáticos, en cambio, conservaron su idioma y su raza. Sin embargo, les enseñaron a obedecer al blanco. “Está en nuestra sangre”, me dijo “y en la cabeza de todos nosotros, nuestros padres nos enseñan desde chiquitos”. “Ya, pero no soy europea”, le dije. “No, pero pareces una”.

Rifki aprendió muchas cosas al vivir un año en Holanda, primero, que sin dudas era un águila: volaba solo. Luego, que si se descuidaba, lo iban a mandar a hacer cada mandado. “Como vos ahora”, me dijo.

Es así. Algunas relaciones hubo que cortarlas de raíz. De momento no me interesa ningún tipo de relación (a veces ni siquiera laboral) con ninguno de mis compañeros de trabajo. En mi primera semana uno de ellos me dijo que no me portara como los blancos que se creen que saben todo por ir a la universidad. He pasado toda la vida tratando de demostrarle a la gente que soy mejor persona, mejor estudiante, más simpática, atenta, o lo que sea, de lo creen. Se acabó. Yo soy así, de la forma en la que soy. Si no les interesa conocerme, entonces no vale la pena el desgaste de energía. Menos, como ya he dicho, si el juicio viene por el color de mi piel. Lo único que demuestran tratándome como al perro del equipo, es que no son mejores que los europeos que los trataron de esclavos.

Mi relación con Rifki es única: él viene de un país que extraditó a todos los blancos. Tal vez por eso lo quiero más.

(Dos por tres, cuando tenemos el turno de madrugada, los dos volamos la mente y hacemos planes para encontrarnos en el futuro. Para que yo pueda conocer a su mujer y jugar con su hija. Me aseguró que le voy a caer bien a la esposa y también que puedo mirar dibujitos de Disney con la niña).

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