martes, 1 de mayo de 2012

Terror y comedia

"Por miedo a lo que dejas de escribir una vez que pasas a la acción. Por miedo a concretar la idea, a encarcelarla, a deteriorarla, a mutilarla. Mientras se mantiene en el rutilante limbo de lo imaginario, mientras son sólo ideas y proyectos, tus libros son absolutamente maravillosos, los mejores libros que jamás nadie haya escrito. Y es luego, cuando vas clavándolos en la realidad, palabra a palabra, como Nabokov clavaba a sus pobres mariposas sobre el corcho, cuando los conviertes en cosas inevitablemente muertas, en insectos crucificados, por más que los recubra un triste polvo de oro".


Entonces quedamos sentados, con ambas manos sobre el teclado, sin saber qué palabra priorizar. Un comienzo que en nuestra cabeza respira de una facilidad encantadora, cara a cara resulta banal. Una discusión se vuelve gobierno de facto en el recinto de la cabeza y de pronto nos encontramos como al comienzo de la película Manhattan con todas esas formas de comenzar un gran libro que tiene, como destino, morir en nuestra cabeza.


Tenemos dos opciones: o cerramos todo, damos por perdida la batalla y nos vamos a respirar aire fresco. O seguimos luchando una guerra sin tregua recordando que les llevó 10 años a los griegos destruir Troya.


Pero, a veces, la magia sucede. Y es por ese momento de magia por el que dejamos todo y colocamos, de modo primario, las manos sobre el teclado:


"Hay días en los que esa derrota de la realidad te importa menos. De hecho, hay días en los que te sientes tan inspirada, tan repleta de palabras y de imágenes, que escribes con una sensación total de ingravidez, escribes como quien sobrevuela el horizonte, sorprendiéndote a ti misma con lo escrito: ¿pero yo sabía esto? ¿Cómo he sido capaz de redacta este párrafo? A veces sucede que estás escribiendo muy por encima de tu capacidad, estás escribiendo mejor de lo que sabes escribir. Y no quieres moverte del asiento, no quieres respirar ni parpadear ni mucho menos pensar para que no se rompa ese milagro".

Y ese momento en el que, según Rosa Montero, parece que bailamos un vals perfecto, girando y girando, mientras la cabeza no para y las manos tampoco, cuando las hojas se impregnan de un texto que arranca lágrimas, es ahí cuando nos damos cuenta de que es justo esa emoción la que buscamos cada vez que apoyamos la cola frente a una hoja en blanco, enfrentándonos al vacío para poder ganar este paraíso.




Gracias Alicia y Wilmar por acompañarme en todos mis viajes al vacío y en todos mis giros por la pista de baile.


Citas de La loca de la casa, Rosa Montero. Editorial Punto de lectura, Madrid, 2006. Páginas 46 -47.

1 comentario:

  1. Genial! me encanta!!! quiero ver los nuevos horizontes y las conquistas de teclado.

    Abrazo.

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