miércoles, 6 de abril de 2011

PATTAYA


Tailandia.
Sobre el tránsito
Las calles de Pattaya no son para almas débiles: se necesita una estructura segura para manejar en sentido contrario, sin señalero ni carteles. Por suerte yo tenía a Patricio. Alquilamos una scooter y recorrimos toda la ciudad.
Patricio es la definición de Latin lover. Es chileno. Se baja del ómnibus y extiende la mano para ayudar a las mujeres que estaban detrás de él. Antes de llegar a Pattaya me pregunta si quiero alquilar una moto o dos. Suerte que elegí sólo una, no me da vergüenza admitir que me daría miedo manejar allí. Y lo dice una persona que se crió y maneja en América latina. El tránsito de Pattaya es loco. Se escuchan bocinas a diestro y siniestro, nadie tiene la intención de saludar, sino de avisar, pero avisar qué, quién sabe. Los taxis son comunitarios: camionetas con dos asientos a los lados en la caja, donde se sientan muchas personas. Cada vez que alcanzan un destino, tocan bocina. Se detienen y vuelven a arrancar como si no hubiera nadie más en la calle. También hay motos taxi y taxis auto, como los que estoy acostumbrada a ver, nada más que estos son de un rosa fuerte e intenso que llama la atención en cualquier parte de la calle.
Patricio está acostumbrado a manejar scooters. Se fue de Chile con veinti-pocos años, vivió en Inglaterra, Amanzonas, varios países de sud-América y luego ha recorrido gran parte del mundo como fotógrafo. El toca la bocina, se mete entre los autos haciendo zigzag, acelera y frena como si conociera esas calles desde siempre. Yo, que voy atrás con un casco rosado, me agarro de la parrilla como si no quedara nada más en la tierra. Hasta que entro en confianza, al menos.
Sobre los mercados
Patricio me pregunta si quiero ir al shopping mall o si prefiero ir al mercado de mariscos. Pensé que el shopping mall sería como los que ya conozco, así que elegí los pescados. Luego comprobé que el mall no era como los que conocía: es una feria con aire acondicionado. Parece que los mercados modernos no conocen las paredes.
Las mejores falsificaciones. Carteras D&G, zapatos Gucci, billeteras con Louis Vuitton. La ropa es muy barata, de la calidad no hablo. En los mercados callejeros (a los que estoy acostumbrada a llamarle feria, en España se los denomina rastros) hay toda la ropa que alguien pueda llegar a buscar, desde kimonos hasta sungas. La ropa está o colgada en placas de maderas o (en su mayoría) estiradas sobre una mesa. Al pasar por una de las mesas que vende shorts, veo a dos mujeres que se ponen una pollera larga y ancha; luego, bajo de la pollera, las dos se quitan los pantalones para poder probarse el short. Conversan y ríen entre ellas mientras las personas caminan a su alrededor sin perturbarse. ¿Es que no tienen probadores?
Sobre la comida
Después de ver y escuchar tantas publicidades sobre jabones que matan todas las bacterias, ver a un perro comiendo al lado de un puesto de ventas de vaya-uno-a-saber-qué-tipo-de-pescado, me abrió el apetito. También está lleno de gatos que caminan libres por todas partes. Hay una niña muy bonita que juega con un gatito a los pies de la madre, que le da de comer brolle de pollo. ¿Por qué nos haremos tanto problema por las bacterias en occidente cuando los asiáticos no tienen drama y siguen reproduciéndose y creciendo?
Lo mismo pasó con la señora que preparaba panqueques. Las opciones eran variadas: banana, choclo, papa… la mujer tenía un pequeño carrito abierto con bolsas colgando a ambos lados; en una de las bolsas tenía la basura, en la otra, las papas. A las bananas y a los choclos los vi sobre el carro, donde en un espacio preparaba la masa y en el otro la freía. Pues, a la señora se le cayó el cuchillo al piso (Estamos hablando de un lugar que no tiene vereda, que autos y personas caminan por la calle y que, como dije, hay gatos por todas partes), lo levantó, le pasó un trapito y siguió cortando las bananas.
Nadie me avisó que las bolitas de pollo eran picantes. De cuatro bolitas que tenía mi palito pude comer dos y tuve que comprar una botella de agua para acompañar: un pequeño bocado, un gran trago de agua. Terminé el agua antes que el pollo, que se lo terminó comiendo Patricio. Media hora después aún me ardía la boca. También comí cerdo, también clavado en un palo, y esta vez acompañado con el jugo de una fruta que no tenemos idea de cómo se llama pero que tenía un gusto lechoso.
Hay carritos en las esquinas que venden fruta. Bolsas con trozos de sandía, ananá, papaya, manzana, también botellitas heladas de jugo de tanjarina (la tanjarina más dulce que probé jamás. Exquisita).
Sobre lo eterno y lo mundano
“Massage, happy ending”. Cuando llegábamos a Pattaya, Patricio me dijo que era muy común ver a una joven tailandesa con un viejo europeo. Las calles están llenas de boliches que funcionan durante todo el día. Al parecer el verdadero descontrol es durante la noche, pero muchos viejos europeos no pudieron aguantar. Entendí porqué la canción dice que una noche en Bangkok hace a un hombre fuerte humilde*, si un día en la prórroga de Bangkok les da tanto trabajo a estas muchachas. Le pregunté a Patricio si lo hacían porque no conseguían otro trabajo, me respondió como quién hace una pregunta muy estúpida: nooo, hacen buena plata.
Paramos en uno de los tantos boliches a tomar una cerveza (Shinga, Lager). Las mujeres revoloteaban alrededor nuestro, va, alrededor de Patricio, a mí me miraban y me sonreían, era como si no existiera, en realidad. Masaje con final feliz. A la vuelta de la esquina estábamos en un templo budista. “Eso es lo que me gusta de este lugar”, me dijo Patricio, “que todo se mezcla”.
También fuimos a ver el Gran Buda. Sobre un cerro hay una estatua gigante (de ahí el nombre) de oro macizo. De no haber alquilado la moto no habríamos podido llegar. Antes de subir los escalones hacia el gran buda hay un pequeño templo. Era mi primera experiencia con algo que sólo había visto en las películas. Lo más cerca que había llegado a relacionarme con el budismo fue mientras miraba Siete años en el Tibet. Así que me quité los zapatos y pagué para poder hablar con el monje. El muchacho no hablaba más que algunas palabras en inglés: suerte, amor, suerte, suerte, suerte, que fue lo que me dijo mientras me mojaba la cabeza con una vara. También me puso una cuerda en la muñeca izquierda. No supe qué era hasta que volví al trabajo y le pregunté a mi compañera tailandesa qué significaba. Me dijo que era para protegerme.
Como los templos son tan lindos el del Gran Buda no fue al único que entramos. También fuimos a uno chino que queda cerca del Gran Buda, donde me encantó la estatua de una diosa mujer a la que sus fieles le rezan en tiempos difíciles (¿A qué dios no se le reza en tiempos difíciles?), según decía el cartel delante de su estatua.
Y también entramos a otro templo budista en el centro de la ciudad, rodeado de boliches con mujeres ofreciendo masajes con final feliz. De las puertas del templo hacia adentro, lo sagrado; luego está lo mundano, los masajes, la calle sucia y los gatos que caminan sobre la comida. Eso es Pattaya: un equilibrio entre lo divino y lo mundano.
(“One night in Bangkok makes a hard man humble”)

2 comentarios:

  1. Esto es una mentira..yo estiy en pattaya actualmente, Soy chileno, y las calles son mas limpias que las de chile........no enga;e mi amor.....que no todos somos chilenos que no salimos al mundo

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  2. No soy chilena.
    No engaño.
    Y no sé cómo serán las calles de Chile, porque nunca fui, pero no me vengas a decir que Pattaya es una ciudad limpia porque el que engaña sos vos. O sos de los turistas que cruza del hotel en la costa a la playa. Anda a un mercado de verdad y después escribí en mi blog.

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