miércoles, 6 de abril de 2011

Un tigre de Asia

Singapur, primera parte.

La primera impresión fue: qué cantidad de verde. Y lo primero que le comenté a uno de los taxistas fue que la ciudad estaba muy limpia. Él se dio vuelta con su cara resplandeciente de alegría y me dio las gracias. Lo tomó como un cumplido. Fue un cumplido, pero no dije “qué lugar tan lindo” sino “qué ciudad tan limpia”. Después me enteré de que era el mejor de los cumplidos porque hay multas para quienes ensucian: por tirar papeles, por dejar los desechos de los animales, pero lo más caro es por escupir.

Así que Singapur es una ciudad estado muy limpia, llena de verde, con flores que surgen de todas partes, hasta de los puentes peatonales que cruzan las calles. La cárcel está en medio de un parque.

Los singapurenses tienen varias lenguas oficiales (inglés, chino mandarín, indi y malayo), por lo que todos sus ciudadanos hablan al menos dos idiomas. El segundo taxista hablaba mucho más, todo con un fuerte acento chino. Me preguntó si había tenido un vuelo agradable desde Estados Unidos y le dije que era de sud-América, de Uruguay. “Ah, la copa del mundo”, me dijo. Resultó ser un gran admirador del fútbol, pero estaba más interesado en el inglés que en el uruguayo (no me pregunto por qué). El metre del restaurante del hotel, en cambio, me mostró una amplia sonrisa y me dijo “Diego Forlán”. Era un hombre indio al que me costaba captarle el acento. Diego Forlán como embajador de Uruguay.

Tenía un par de horas antes de que anocheciera y estaba en la otra punta del mundo. El Jet Lag me estaba matando pero no podía acostarme a dormir. Así que le pregunté al maletero, un muchacho muy simpático con un inglés terrible (pero tengo fe que va a mejorar), qué me recomendaba qué hiciera. “La costa está a cinco minutos caminando”, entendí después del tercer intento. Y por señas más que por palabras me dijo que doblara allí y siguiera por aquí.

La costa no estaba a cinco minutos sino a dos cuadras. Esperaba encontrar aguas cristalinas y alguna que otra imagen de foto de publicidad turística. Nada de eso. Era el brazo de un río que cruzaba la ciudad (tiene varios brazos que cruzan la ciudad ya que es una ciudad que ha robado tierra al mar), con botes de alquiler y un puente que llevaba a una pequeña isla (que, para variar, también era un parque). Al cruzar ese puente tuve una pequeña experiencia de ser observada; fue nada comparado con Elizabeth Gilbert en china, donde un niño se puso a llorar al verla. A mí nada más me quedó mirando una familia entera. Se detuvieron en mitad del puente y me miraron pasar. Todos. Y como iban todos juntos, no creo que por ser asiáticos caminen de la abuela a los nietos todos juntos, así que supongo yo que serían turistas también. Hice lo que pude: bajé la cabeza y seguí caminando. Y yo que quería sentirme un bicho raro: misión cumplida.

Al salir del aire acondicionado del aeropuerto entendí lo que era el bochorno: calor sofocante, sin duda.

1 comentario:

  1. Cata TIGRESA de Asia. Me encanta el concepto. Y ya sos bicho raro, me contaron.

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