domingo, 2 de octubre de 2011

De aeropuertos

Tres pequeñas experiencias que hacen que me pregunte ¿por qué me gustan los aeropuertos? y que me responda "no sé", pero no dejan de gustarme.

1. Miami
Más horas de espera que de vuelo. Menos años que el peso del bolso de mano. Y mi espalda contracturada por el (ya mencionado) bolso de mano. Lo que menos quería era seguir caminando para ver qué bonito era el aeropuerto. Quería llegar a la puerta H que quedaba del otro lado del mundo, tirar mi bolso y darle un par de patadas. Eso pasa cuando una saca tantas fotos y las imprime. De los errores se aprende.

Nueve horas después de llegar sólo tenía un pancho en mi estómago, muchas (muchas, muchas) ganas de ir al baño (pero con tal de no seguir acarreando con el bolso, me las bancaba) y aún menos hojas en mi agenda. Ese día escribí como nunca.

2. Buenos Aires
No hace falta irse al otro lado del mundo para dejar el pasaporte en un sillón. Cuando me di cuenta de que no estaba (no sólo el pasaporte, sino también y por suerte, el bording pass, de otra forma, no me habría dado cuenta), dejé el bolso de mano en la silla en la que estaba y corrí a buscar mi pasaporte.

No era ni chica ni tarada. El sueño parece ser la excusa. O tal vez es que era chica y tarada.

3. Vancouver
En realidad, sobre Vancouver no tengo nada malo para decir. Por el contrario, es por experiencias como esta que me aferro más al bolso que tiene mi pasaporte. Es que en el aeropuerto todo el mundo parece o tener todo el tiempo del mundo, o correr contra reloj. Sin puntos medios, cada cual va concentrado en su universo. Entonces nosotros desembarcamos en Vancouver y diferentes taxis nos llevaron del puerto al aeropuerto.

Kathleen, que nunca fue mi amiga y como compañeras de trabajo no éramos la gran cosa, tomaba un vuelo a Hong Kong, igual que G y Jenny. Ella viajaba a Australia, los otros dos a Sudáfrica. Jo se iba primero a Los Angeles, después a Nueva Zelanda. Había un pelado del que nunca supe el nombre que también se iba a Sudáfrica. Y yo viajaba a Toronto primero, a Santiago de Chile después y por último llegaba a Uruguay. Lo mío era un viaje a la derecha del mapa y después derecho hacia el sur. Como conclución, todos cruzábamos el mundo pero algunos de este a oeste y otros de norte a sur.

Nos encontramos de casualidad, donde los vuelos nacionales e internacionales se mezclan. "¿Ya despachaste el equipaje". Yo sí. Ellos no. Tenían todas sus valijas, bolsos de manos y carteras alrededor de los sillones de starbucks, quienes fueron lo suficientemente amables como para no echarnos y dejarnos dormir allí.

La verdad es que la fiesta de despedida duró hasta muy tarde. Después tocó terminar de armar las valijas y entre idas y vueltas (por ejemplo, perdí mi tarjeta del banco y la volví a encontrar), ya era hora de abandonar el barco. Pusimos una alarma y todos cerramos los ojos. Las valijas, bolsos de mano y carteras quedaron allí, alrededor de seis personas dormidas o semi dormidas, hablando de la noche de Mikonos.

Nada desapareció.

(Al volver a los vuelos nacionales, mi amigo Adam se compraba un agua. Él es de Hungría. Entramos juntos. Era, para los dos, el primer contrato. Ese primer día, yo estaba demasiado extasiada, él mostraba su entusiasmo del este de Europa. Le tuve que preguntar tres veces hasta entender que con su acento más que cerrado me decía "Adam". Sin embargo, una vez que pude entender su acento y varias noches de bar pasaron, los dos llegamos a ser amigos. La despedida habían sido palabras de borrachos mal pronunciadas. Ese encuentro en el aeropuerto era necesario para que los dos pudiéramos decirnos adiós como personas adultas y (algo) responsables.

-x-x-x-

De ir para atrás y adelante en Singapur, de la vez que le pregunté a la azafata "¿por qué se mueve tanto el avión?" cuando ni siquiera estaba la señal de ponerse el cinto prendida, también de cuando me acosté a dormir en la mesada de seguridad en Bolivia y del sello ruso en mi pasaporte, todo eso, será después.



(Con pequeñas historias como esta, ¿Quién quiere sentarse en un escritorio y aburrirse ocho horas por día?)




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