sábado, 8 de octubre de 2011

Estilo latino


Ese día bajamos al laboratorio sólo 4 personas, la mitad del equipo. Una tailandesa, un indonesio, un mexicano y yo. Los filipinos (o sea, la mitad del equipo que se quedó sacando fotos en el deck) decidieron quedarse. Para ellos, funciona así: uno decide, los otros acatan. Como decía Rifki, "son como salmones, van en manada". ¿Cómo es el estilo latino? preguntó Rifki. Metés la pata y te cubro la espalda. Al menos así funcionaba para nosotros.

El mexicano, el portugués y la uruguaya. Antes sólo eramos el chileno y la uruguaya. Cuando Patricio (el chileno) se fue, entonces supe lo que era ese tipo de soledad.

Antes de que el mexicano llegara, subíamos al deck a sacar fotos. Alguien preguntó quién era el reemplazo que llegaba el sábado y la respuesta fue "un mexicano". Yo no entré en mí de la emoción. Después de tantos meses, al fin volvía a hablar español. "Es ilegal hablar español", me dijo con poco cariño mi novio, "sólo en área de pasajeros", le respondí. Ya nada me quitaba del buen ánimo. Venía un latino. "Ah, mexicano", se quejó la tailandesa, "son todos haraganes". A eso lo sentí como insulto personal. "No son haraganes. Es el estilo latino: trabajamos poco, por eso vivimos más". Afirmación mía que no tiene todo de falso, pero tampoco de verdadero.

Así que el nuevo mexicano ya era mi amigo desde antes de que llegara. Y cuando lo hizo, si de primeras impresiones se llevaran todas las personas, entonces él nunca más me hubiera vuelto a hablar por loca: corrí con mi chaleco salvavidas y mi gorro amarillo a mi primera posición de emergencia. Era el primer día del crucero, el drill es obligatorio. Él iba a estar un piso debajo de mí. Llegué a la otra punta del barco, abrí la puerta de fuego y corrí escaleras abajo. "Hola, ¿Sos Walter?". El pobre infeliz levantó la vista y dudó antes de decir que sí.

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