domingo, 2 de septiembre de 2012

Bajo el mar o en la cima del mundo

Copenhague, Dinamarca

Siempre quise viajar. Desde que supe que Uruguay tenía fronteras y que una vez que esas fronteras se cruzan, se está en otro lugar, quise saber cómo era ese otro lugar. Mi madre, que trataba de convencerme de que me quedara quieta, me cantaba la canción de La Sirenita y repetía todo el tiempo que aunque yo crea que las algas son más verdes en otro lado, no es así. La verdad es que no creo que mis ganas de viajar fueran porque pensara que luego de la frontera iba a encontrar algo mejor a Uruguay, dudo que haya algo mejor, para ser honesta. Pero las algas no tienen que ser más verdes, sino de diferentes tonos de un mismo color.

Y eso sí tiene el mundo: tonos hasta no imaginados. Desconocidos. Descoloridos. Húmedos y cálidos. Tonos que se malinterpretan en las noticias y no se ven bien en las fotos. Otros que son sólo sacados para folletines turísticos.

Hay personas (y según Kapuschisnki, son la mayoría) que por comodidad o falta de valentía prefieren la calma del hogar. Quedarse en lo conocido. Pero otros, en cambio, siguen un camino recorrido por pocos, mirando hacia atrás con nostalgia y nunca obteniendo suficiente.

Se está allá y se quiere estar acá. Se esta acá y se quiere estar allá.

Nada parece ser suficiente.

Hans Christian Andersen un autor danés escribió la historia de La Sirenita. Si bien se popularizó con la pelirroja sonriente de Disney con su amigo Flaunders y el cangrejo Sebastián, con todas esas canciones pegajosas y una historia de amor con final feliz, la verdadera historia tiene otro final. El quid de la cuestión es el mismo: el querer algo que está más allá de las posibilidades.

La moraleja de Andersen es que no vale la pena el riesgo. Un final demasiado oscuro para un dibujito de Disney que nos cuenta justamente lo contrario: sí vale la pena.

Sin conocer la verdadera historia llegué a Copenhaguen y vi la cara triste de esta sirena. De esta persona que habitaba en el fondo del más azul de todos los océanos, que era la princesa más hermosa con la voz más melodiosa pero que siempre quería otra cosa: primero llegar a la superficie, luego vivir allí. Cada vez que obtenía algo deseado, entonces quería algo más.

La verdad es que da miedo vivir de esa forma. Siempre buscando algo más. Nunca sintiéndose completo. Anhelando cosas que están lejos y no disfrutando lo suficiente de la victoria de conseguirlo. Es como que de verdad espero que en algún momento esto pase de largo y decida quedarme quieta. Como no le pasó a ella (al menos no en la verdadera historia).

Llega la noche y la pequeña estatua que es símbolo de la capital de Dinamarca está poco iluminada. Es pequeña y sigue triste, inmóvil con la vista fija en el agua pero sentada sobre una roca.





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