jueves, 6 de diciembre de 2012

Como un lagarto al sol

Ajaccio, Córcega.

Tenía toda la intención de que me atacara una metamorfosis y que de buenas a primeras me convirtiera en lagarto. Mi idea para que ese día fuera ideal, era pasar tirada al sol. Ir un rato al agua, volver al sol, volver al agua. Incontables veces.

Kafka no escribirá mi historia, pero interpreté el papel de lagarto tan bien como se presentó la ocasión.

Con calma, bajé del barco. Sin apuro, me compré una toalla con el mapa de la isla (sólo por gastar plata), sin ningún tipo de pena caminé por la costa, pedí permiso y perdón en francés, y busqué un lugar tranquilo en la playa.

Esta es la parte que causa desasosiego. Acostumbrada a kilómetros y kilómetros de arena y agua, no hay nada que envidiarle al mediterráneo. El color del agua, tal vez. Sin embargo, detrás de la torre que se ve en la foto, los demás turistas no parecían dispuestos a aparearse en grupo, sino que había algo tan valioso como es el espacio. Y era lo único que yo quería: tirarme al sol tranquila.

Así que fuera de los muros de la ciudad, sin más protección que la que yo podía ofrecerme a 
mí misma, estiré mi toalla nueva y cumplí mi sueño.

El primer día en Ajaccio recorrí las calles pequeñas e intrincadas del lugar que vio nacer a Napoleón Bonaparte. Comí crepes y saqué fotos. Decidí que la próxima vez que no sepa qué hacer con mi vida me mudo a Córcega, abro una tienda de souvenir y paso todos los días por la playa.


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