lunes, 24 de diciembre de 2012

En la tierra de Papá Noel

Longyerbyen, Noruega.

Llega el invierno y a mi abuela (como buena abuela) se le da por tejer. Así que tengo dos pares de guantes sin dedos (me los hizo para que pudiera teclear mi tesis) de color violeta y nunca distingo cuál es el par de cual. Dos pares de media. Botas. Bufanda y gorro. Armada contra el frío bajé del barco. La meta era comprar vino para el cumpleaños de un amigo.

Conmigo bajaba un amigo chileno que estaba tan interesado en ese vino como en ver nieve por primera vez en su vida. La casualidad quiso que encontráramos a otro amigo que tampoco conocía la nieve, Argentina. Y así fue como en Cono Sur caminó por el polo norte.

Facundo y Daniel

Tomamos chocolate caliente, lloré por el frío, escondí la cámara de fotos. Compramos vino chileno. Y comenzamos a caminar. Nunca fui fan de las caminatas, si tengo que ser sincera. Pero caminar con extremos es todavía peor. No me viene bien ni el frío ni el calor. Ese día hacía mucho frío. Pleno julio y Svalbard que no conoce la luz del sol.

Ese archipiélago noruego que fue una vez habitado por vikingos tiene seis meses de oscuridad absoluta y seis meses sin saber lo que es la oscuridad. Pero tampoco conocen el calor del sol. Así es como en pleno verano mis amigos latinos y yo nos pusimos a jugar con nieve.

Seguro que un cronista puede explicar por qué el lugar se llama Longyerbyen y también hacer alguna anécdota vikinga del lugar. Pero yo me alegro con recordar la nieve bajo mis botas y desear unas felices navidades.




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