Hoy, a dos meses y medio
de estar a bordo, abrí mi primer paquete de yerba. Tengo un mate de vidrio, un
termo de medio litro (esos que usamos para el café) y un problema que, ahora,
cuando sólo tengo un kilo de yerba, es grave: siempre, siempre, siempre, no
importa qué haga o cómo trate de evitarlo, me paso con la yerba y
termino tirando lo que sobra.
Hay pocas cosas como tomar
mate afuera de Uruguay, afuera del círculo de conocedores del mate. En general,
lo que pasa es que todos preguntan qué es con una expresión en la boca que nos
dice que, en realidad, no les interesa la respuesta. En nuestra cabeza se forma
una respuesta vana, ideada para salir del paso porque queremos evitar el asunto
de las tradiciones y demás: es un té fuerte. Nota: nunca le digan eso a un
inglés.
En general, las personas
que he conocido en mi vida en los barcos, la mayoría de los curiosos se animan
a probar. Siempre está esa persona que nos cuenta con orgullo que hizo el
recorrido sudamericano y en Montevideo se compró un mate gigante que tiene de
adorno en el living de su casa. Entre esos valientes que se animan a probar,
las reacciones más comunes son las indias y las inglesas: a los indios no les
disgusta, los ingleses lo detestan (especialmente si antes les decimos que “es
como el té”.
Ahora no tengo invitados.
Mi pequeño termo y mi mate de vidrio me hacen compañía. Espero que el tiempo
pase lento, muy lento, como cuando uno está aburrido.
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