Según Mark Twain, los
portugueses son: lentos, pobres, dormilones y haraganes. Como cuenta en Los
inocentes en el extranjero, también le llama la atención que en Azores la
moneda sea el reis y los cálculos económicos se hagan en… reis. Digamos que por
eso el libro se llama “Los inocentes” en el extranjero en lugar de echarle la
culpa a un americanismo extremo y que le llama la atención que la cuenta en el
bar no le llegue en dólares americanos, básicamente, porque es la primera vez
que sale de Estados Unidos y ese tipo de detalles son los que nos llaman la
atención la primera vez.
Los portugueses que
conozco no son ni lentos, ni pobres, ni dormilones (eso sí que no) y mucho
menos haraganes. Uno de mis jefes y varios amigos comprueban lo contrario. Si
son machos latinos, de los que se pegarían en el pecho para demostrar su
fuerza; en su lista de amores primero está la mamá y enseguidita, enseguidita
después está Portugal. Recuerdan a Magallanes y a todos aquellos marinos que
descubrieron medio mundo como si la gloria del país se trasladara a 50 años
atrás (y nosotros nos quejamos de la vanagloria de los mundiales del 30 y del
50). Pero no son dormilones, los que conozco, al menos, sí son fiesteros. Toda
excusa es buena para ir al bar, para brindar. Son charlatanes, y no los
llamaría haraganes, a ver que eso de la siesta no es responsabilidad
portuguesa. Si podemos llamar “haraganería” a hacer las cosas bien y rápido
para no tener que perder tiempo ni volver luego, entonces, sí son grandes
haraganes.
En lugar de lentos los
llamaría desorganizados. Ese actitud de no estar preparados y de que cuando la
ola nos pegue vemos como nadamos; esa pasividad que gozamos todos los países
descendientes latinos en los que esperamos a que pase algo antes de planear la
solución. Y, ay, eso sí me cansa. Especialmente cuando semana tras semana todo
se vuelve tan predecible pero no hay forma de evitar el problema. Esa falta de
esquemas.
Los portugueses, como
buenos machos, saben todo. Son expertos en la vida y no hay pregunta que no puedan
responder. Si se da el caso de que no conocen la respuesta, jamás lo admitirán,
en cambio, cambiarán de tema o hablarán tanto que marearán. O, como mi primer
amigo portugués que gracias a él volví a trabajar en un barco, lleva todo al
centro de la vida y da una respuesta amorfa sobre un tema del que no estamos
tratando. Ellos saben, punto.
No hace falta rasgar
demasiado la superficie para conocer esas personalidades, para saber que van a
defender lo que es de ellos hasta el final, que tienen un sentido de lealtad
muy pequeño y se termina en sus aprecios y en Portugal, que nadie goza de su
protección a menos que sea por lealtad. Tienen en claro qué es de ellos, qué
les corresponde y por qué pelear. Aunque, a veces, con esa pelea se les vaya la
mano.
Por estar de novia con un
portugués soy una protegida de toda la pequeña comunidad de personas que
comparten esa nacionalidad en el barco. Me saludan y tratan como a una más,
ofrecen ayuda y cada vez que pueden me recuerdan que elegí bien (y los que me
conocen de antes: que esta vez elegí
bien).
(Este texto fue leído y aprobado por un portugués que se enojó bastante al leer que los considero desorganizados pero está de acuerdo con la situación del problema-solución).
jajaja, me mató el pie de página. Gracias por el perfil. Conocí portugueses, no tan profundamente, pero sé que son fiesteros a más no poder. Abrazo amiga!
ResponderEliminarGoog