domingo, 7 de abril de 2013

Sobre los portugueses


Según Mark Twain, los portugueses son: lentos, pobres, dormilones y haraganes. Como cuenta en Los inocentes en el extranjero, también le llama la atención que en Azores la moneda sea el reis y los cálculos económicos se hagan en… reis. Digamos que por eso el libro se llama “Los inocentes” en el extranjero en lugar de echarle la culpa a un americanismo extremo y que le llama la atención que la cuenta en el bar no le llegue en dólares americanos, básicamente, porque es la primera vez que sale de Estados Unidos y ese tipo de detalles son los que nos llaman la atención la primera vez.

Los portugueses que conozco no son ni lentos, ni pobres, ni dormilones (eso sí que no) y mucho menos haraganes. Uno de mis jefes y varios amigos comprueban lo contrario. Si son machos latinos, de los que se pegarían en el pecho para demostrar su fuerza; en su lista de amores primero está la mamá y enseguidita, enseguidita después está Portugal. Recuerdan a Magallanes y a todos aquellos marinos que descubrieron medio mundo como si la gloria del país se trasladara a 50 años atrás (y nosotros nos quejamos de la vanagloria de los mundiales del 30 y del 50). Pero no son dormilones, los que conozco, al menos, sí son fiesteros. Toda excusa es buena para ir al bar, para brindar. Son charlatanes, y no los llamaría haraganes, a ver que eso de la siesta no es responsabilidad portuguesa. Si podemos llamar “haraganería” a hacer las cosas bien y rápido para no tener que perder tiempo ni volver luego, entonces, sí son grandes haraganes.

En lugar de lentos los llamaría desorganizados. Ese actitud de no estar preparados y de que cuando la ola nos pegue vemos como nadamos; esa pasividad que gozamos todos los países descendientes latinos en los que esperamos a que pase algo antes de planear la solución. Y, ay, eso sí me cansa. Especialmente cuando semana tras semana todo se vuelve tan predecible pero no hay forma de evitar el problema. Esa falta de esquemas.

Los portugueses, como buenos machos, saben todo. Son expertos en la vida y no hay pregunta que no puedan responder. Si se da el caso de que no conocen la respuesta, jamás lo admitirán, en cambio, cambiarán de tema o hablarán tanto que marearán. O, como mi primer amigo portugués que gracias a él volví a trabajar en un barco, lleva todo al centro de la vida y da una respuesta amorfa sobre un tema del que no estamos tratando. Ellos saben, punto.
No hace falta rasgar demasiado la superficie para conocer esas personalidades, para saber que van a defender lo que es de ellos hasta el final, que tienen un sentido de lealtad muy pequeño y se termina en sus aprecios y en Portugal, que nadie goza de su protección a menos que sea por lealtad. Tienen en claro qué es de ellos, qué les corresponde y por qué pelear. Aunque, a veces, con esa pelea se les vaya la mano.

Por estar de novia con un portugués soy una protegida de toda la pequeña comunidad de personas que comparten esa nacionalidad en el barco. Me saludan y tratan como a una más, ofrecen ayuda y cada vez que pueden me recuerdan que elegí bien (y los que me conocen de antes: que esta vez elegí bien).




(Este texto fue leído y aprobado por un portugués que se enojó bastante al leer que los considero desorganizados  pero está de acuerdo con la situación del problema-solución).

1 comentario:

  1. jajaja, me mató el pie de página. Gracias por el perfil. Conocí portugueses, no tan profundamente, pero sé que son fiesteros a más no poder. Abrazo amiga!

    Goog

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