jueves, 22 de noviembre de 2012

Castillos y clichés

Brastilava, Eslovaquia.


No me explico cómo hizo Dante para salirse del camino recto recién a los treinta y tantos años. A mí me cuesta horrores seguir un camino, aunque esté torcido, aunque tenga mapa o aunque vaya con alguien. El camino recto suele ser aburrido, sin escoyos y, generalmente, se termina en donde se planea ir. ¿Dónde está la aventura en esa oración?

Me perdí antes de llegar a Eslovaquia. Con fiebre y sin digerir alimento, mi hermano menor me recomendó quedarme en Holanda, pero no, me hice de garras corazón, tomé trenes y aviones. En todo el sentido lógico y europeo de la situación, mi hermanito tenía razón: quedarme adentro, calentita y mejorarme. En todo el sentido personal y latino, lo único que rondaba en mi cabeza era que nunca más en la vida iba a volver a ir a Eslovaquia. Así que mi estómago podía arreglarse en un par de días y ya iba a recuperar las fuerzas. Pero que me iba, me iba. Y me fui.

Tampoco que fuera una enfermedad crónica. Lo único que sí pasó es que me desvanecí subiendo las escaleras a un castillo. Por eso cuenta como perderme del camino. Para ser sincera, yo subía los escalones apretando los dientes pero más por cansancio que porque me sintiera mal. En mitad del camino un grupo de amigas me pide que les saque una foto, lo hice. Seguí subiendo los escalones. Puntos suspensivos. Pasé de estar en los escalones a estar sentada en un banco con estas mismas amigas haciéndome aire con sus guantes.

No me robaron nada ni me tuvieron que internar. Además, tengo fotos del castillo, así que consciente estuve.

La idea de Dante y de cómo pudo perderse tan tarde en la vida surgió surcando las calles de esta ciudad. Resulta que para ir del punto A al punto B busco el camino más corto en el mapa, como todas las personas. Pero una vez que comienzo a caminar, como seguro que hacen muchas personas también, me entretengo en el camino, se me cruzan otras calles atractivas que quiero conocer. Llegar al punto B, que en un principio parecía tan simple, se convierte en un paseo de día completo. Pero en Bratislava estaba cansada, con poca energía y sin poder comer nada, así que me reté a mí misma después de uno de esos famosos desvíos. Me dije todo lo que mi hermanito me habría dicho por demorar tanto, por darle tantas vueltas a las situaciones y por nunca llegar al destino. A partir de ese momento iba a ir sólo a donde me dirigía.

La decisión me duró, literalmente, un paso. Entonces estos escalones de piedra muy mal llevados por el tiempo aparecieron a un costado y quise saber a dónde llevaban. La historia de mi vida.

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Noc-Noc en la puerta. Una mujer alta y de dientes grandes asoma la cabeza por la puerta. La habitación del hostal ya no era mía. Marie se presentó a sí mísma y yo hice lo propio. Ella es francesa y estaba recorriendo Europa del Este en camino inverso al que estaba haciendo yo. Coincidimos una noche en el hostal de Bratislava. Las dos cansadas, pero casi no dormimos. Después de que ella me demostrara todos los clichés franceses posibles, abrió su mapa europeo en el piso de la habitación y comenzamos a comparar ciudades y destinos.

Cliché número uno: no podía creer que siendo yo de Uruguay, donde ella considera que están los hombres más atractivos (y también en Argentina), mi ex novio fuera inglés. "Porque los ingleses son... feos". La verdad es que me reí, porque algo de razón tiene. Especialmente viniendo de Francia. No esperaba otro comentario. Cliché número dos: me contó que era del norte de Francia, de la región donde están los castillos más hermosos, "aunque, ¿qué te voy a decir? Todo Francia es hermoso".

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Bratislava es hermosa. No tiene la misma belleza rica de Viena ni las historias que cuentan los edificios y las calles en Praga, tampoco la luz que el Danubio le da a Budapest. Esta ciudad es hermosa porque a cada paso que se da por esas calles, cada edificio que vemos nos demuestra que es un lugar que sobrevivió. Que supo estar mal, que está peleando por estar bien y que va a conseguir estar mucho mejor. Así me sentía yo en ese momento: desgastada, con la pintura caída y poco cuidada. Pero no me iba a dejar vencer por el tiempo ni por los gobiernos, ni por las personas. Ni por la falta de alimento. Iba a subir los más de docientos escalones para llegar al castillo, pasara lo que pasara. Bratislava avanza. Más despacio que las ciudades vecinas, pero lo hace. A fin de cuentas, no importa la velocidad, ni qué tan rápido llegamos al punto B, sino que lleguemos a él. Cuantas más vueltas demos antes de llegar a la meta, más conoceremos del camino.


1 comentario:

  1. Este post es mi favorito. No me cabe dudas. Gracias por tanta pureza en la escritura.

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