jueves, 29 de noviembre de 2012

Oda a Pancho

La verdad es que no hace falta caminar demasiado lejos para contar historias. Podría gastarme todo el espacio que me otorga blogger escribiendo sobre Pancho, mi vecino de abajo. El que vive en la calle. Hace años que somos vecinos. A veces, él cuida los coches. Generalmente, come. Pero siempre, siempre, siempre, tiene su cigarro (no pregunten de qué) pronto para fumar.

Siempre tiene un tema de conversación. El más reciente fue que se quería comprar una armónica. Me ve entrando al edificio y me tranca la puerta, como de costumbre. Ya ni me da miedo, la verdad. Me pide catorce pesos. "Ah, Pancho", le digo, "tantos meses que no me ve y lo primero que hace es pedirme plata". "No, plata no", me dice él, "es que me quiero comprar una armónica que me sale ciento catorce pesos y me faltan catorce". Ni aunque fuera por una buena causa, excusa y para casa. Pero resulta que consiguió la armónica, así que cuando volví a salir me hizo adivinar la melodía. No había forma. "¡Escuchá!" me decía y repetía. Pero la verdad es que no tenía idea. "Orientales, la patria o la tumba", empieza a cantar. Ok, el himno.

La vez anterior, al verlo después de seis meses, me cuenta que estuvo de vacaciones en  el  Comcar (cárcel) porque alguien lo quiso matar, él se tuvo que defender. Y lo terminaron encerrando.

Pancho (que ese no es su nombre verdadero sino como yo lo llamo), es la prueba de que el hombre no necesita tanta comida, que las drogas no son tan malas como los medios, médicos y padres nos quieren hacer creer, que el techo sobre la cabeza está sobrestimado y que con una armónica se puede ser feliz. También que la calle crea anti cuerpos naturales, que los zapatos también están sobrestimados y que yerba mala nunca muere.

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