Noviembre 7. Tendría que estar en casa. En lo posible,
tomando sol en el jardín de la casa de mis padres, tratando de sacarme a las
perras de encima y esperando a que alguien llegue con el mate. Durmiendo hasta
tarde, quedándome despierta hasta tarde. Poniéndome al día con películas y
series de televisión. Perdiendo el tiempo en facebook. Yendo a la playa con mi
hermana y leyendo el diario con mi papá.
Sin embargo, sigo en el barco. Ayer me puse un vestido
español y hoy compré oporto en Lisboa. En mi cama de arriba. Despidiendo amigos.
Cada vez más cansada. Sin ganas de conocer gente nueva ni de soportar a estas
personas. Especialmente a los nuevos americanos, recién llegados, que aseguran
que la esclavitud no se ha abolido; que van y lloran porque los tripulantes
trabajan 12 horas por días pero luego les gritan porque el café no está a su
gusto.
Diez días. Entonces, puedo hacer lo que dice el primer
párrafo. A eso le sumo tomar café con mamá y salir a dar vueltas con mi hermano.
Olvidarme del despertador, perder el reloj.
Pero (porque toda historia tiene sus peros) en veinte días
ya voy a volver a querer lo que dice el segundo párrafo. Sólo que sí voy a
tener energía para hacer nuevos amigos, salir todas las noches, probar nuevas
cervezas y conocer nuevos lugares.
Feliz cumpleaños a mis tíos.
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